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b.     Crisis inorgánica de hegemonía y dinámica de la cultura

 

Si los sistemas hegemónicos se regulan por las correlaciones de fuerzas sociales, es obvio que su rasgo más característico sea su inestabilidad. Ya hemos dicho que mientras las fluctuaciones se mantengan dentro de los límites de la correlación de fuerzas el sistema permanece en equilibrio. Pero no siempre es posible garantizar la conservación de este estado. Las correlaciones de fuerzas suelen ser afectadas por fluctuaciones que tienden a incidir seriamente en la estabilidad de los sistemas hegemónicos. Cuando ello ocurre, se pueden presentar, en principio, dos tipos de crisis de hegemonía: las crisis inorgánicas y las crisis orgánicas.

 

Las crisis inorgánicas de hegemonía son aquellas que se resuelven mediante la reestructuración de los bloques hegemónicos tradicionales, sin que se afecte sustancialmente la relación de dominación y subordinación del sistema  en su conjunto. En realidad, una crisis inorgánica implica un proceso de recomposición de la correlación de fuerzas, por ajuste de los bloques sociales a condiciones históricas específicas de carácter más o menos coyuntural, pero dentro de los límites de tolerancia del sistema. Son las crisis típicas de los modelos transformistas que se resuelven mediante reformas que, en ocasiones, pueden llegar a implicar drásticas modificaciones a la estructura del sistema. Reformas económicas radicales, reformas políticas, reformas al sistema educativo, al régimen político (como en el caso del Frente Nacional), desmovilización de grupos insurgentes armados, procesos de diálogo y negociación, son ejemplo de la forma como se resuelven estas crisis. El fenómeno del narcotráfico, ya mencionado, cabe dentro de esta categoría. La dimensión la crisis ocasionada por él ha sido de tal magnitud que no sólo modificó la estructura económica de los bloques sociales e ideológicos, impactando los códigos éticos y morales de regulación de la solidaridad social, sino que también alcanzó a configurar formas primarias de expresión política partidista y parlamentaria. Aunque esta crisis no ha sido resuelta, es evidente que la reacción del bloque social dominante ha logrado neutralizar algunos de sus efectos más sobresalientes

 

Las crisis inorgánicas incluyen, además, la aparición de manifestaciones culturales radicales que logran modificar el sistema y estabilizarse de forma permanente o temporal, pero que son neutralizadas y anuladas, o absorbidas e incorporadas dentro del bloque cultural hegemónico. Ejemplos de ello son: "Mayo del 68" en Francia, la aparición de la "cultura Punk", el "existencialismo" y, en nuestro medio, un movimiento cultural tan interesante como el "nadaismo". También se pueden incluir en este campo fenómenos como la aparición de grupos organizados alrededor de cultos satánicos, la proliferación de sectas e iglesias, el "Hip Hop" y el "Rap". Todas estas formas culturales son expresión de bases sociales "nuevas" que se abren paso buscando legitimidad dentro del sistema, o reaccionando como protesta o en defensa de nuevos intereses y necesidades; También son expresión de realinderamientos de las bases sociales existentes al interior de los bloques sociales ya conformados. En general, los movimientos culturales juveniles pertenecen a este rango de manifestaciones transformistas que forman parte de la dinámica del desarrollo cultural.

 

Desde el punto de vista teórico, la crisis inorgánica no implica la ruptura del vínculo orgánico entre estructura y superestructura; es decir, significa que las bases sociales subalternas no tienen la capacidad suficiente para modificar el sistema hegemónico, para romper el vínculo que liga a las bases sociales fundamentales. Los casos más frecuentes se dan en el enfrentamiento de los bloques fundamentales con los auxiliares, o entre "fracciones" o sectores de los primeros. El "Proceso 8000", en el caso colombiano ilustra este último.

 

Llama la atención el hecho de que los estudiosos del pensamiento gramsciano no hayan prestado la atención suficiente a este tipo de crisis de hegemonía, habiéndose concentrado, más bien, en el análisis de las crisis orgánicas. Y llama la atención, precisamente por el hecho de que el estudio de las crisis inorgánicas es el que más información proporciona sobre los modos específicos de articulación de los bloques hegemónicos y culturales y sobre las dinámicas "cotidianas" de producción de cultura.

 

Por último, hay un aspecto de las crisis inorgánicas que debe ser destacado. Es el relacionado con el hecho de que por efecto del mecanismo de amplificación de las fluctuaciones, una pequeña perturbación en el sistema puede derivar en una crisis orgánica.

 

c.     Crisis orgánica de hegemonía y crisis cultural

 

A diferencia de las crisis inorgánicas, la crisis orgánica afecta de manera radical la estructura del  bloque hegemónico y sólo se resuelve mediante una transformación radical de la correlación de fuerzas que implique la sustitución de un bloque hegemónico por otro. De este modo, sólo en el marco de las crisis orgánicas pueden desarrollarse procesos de configuración de hegemonías expansivas.

 

Las crisis orgánicas se presentan, entonces, como crisis del bloque histórico que comprometen tanto la dirección política como la dirección intelectual y moral; pero, por sobre todo, a esta última. Por eso, para ser coherentes con el planteamiento hecho más arriba, podemos decir que, en sentido estricto, en la perspectiva del análisis cultural, la crisis orgánica de hegemonía es, esencialmente una crisis de dirección intelectual y moral, una crisis cultural mediante la cual el bloque dirigente pierde su ascendiente sobre los bloques aliados e instrumentales y, por supuesto, su capacidad de dirección política sobre los bloques opuestos o «enemigos». En la crisis orgánica el bloque hegemónico pierde su capacidad de regulación del bloque cultural. La crisis orgánica es una real y definitiva crisis de hegemonía que cambia el panorama cultural de una época.

 

La dimensión de la crisis orgánica muestra que ésta sólo es posible por efecto de la perturbación causada por una o un conjunto de fluctuaciones muy fuertes que, en un período de tiempo muy corto, desestabilizan completamente el sistema, o como resultado de fluctuaciones de larga duración, que maduran la crisis lentamente, en ocasiones sin exteriorizar signos de advertencia, como ocurre con los "tsunami" en altamar, que no son percibidos fácilmente, pero que estallan con furia irreprimible cuando chocan con el litoral[1].

 

Mientras una crisis orgánica no se resuelva se comporta como crisis inorgánica. El caso más corriente es, desde luego, el de las fluctuaciones de larga duración durante las cuales, "muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo"[2]. Estos son períodos de crisis cultural caracterizada por su dispersión a los distintos ámbitos de las relaciones sociales, en los cuales se superponen crisis de valores, crisis institucionales, políticas,  éticas, morales, etc., como ocurre en los períodos de transición entre dos momentos o dos bloques históricos. Cuando estas crisis de transición se prolongan demasiado se presenta el fenómeno llamado por Gramsci «equilibrio estático» o equilibrio catastrófico, caracterizado por el hecho de que las fuerzas en lucha se equilibran "de una manera tal que la continuación de la lucha no puede menos que conducir a la destrucción recíproca"[3]. Estos períodos pueden ser de "tiempo muerto", durante el cual pareciera que «no pasa nada», o períodos de lucha violenta durante los cuales pareciera que no hay ganadores ni perdedores. Desde luego, siempre «pasa algo», y «alguien gana o pierde».

 

Portelli dedica una sección importante de su libro al examen de la crisis orgánica. Entre las cosas que dice, vale destacar: En primer lugar, que es una ruptura del vínculo orgánico entre estructura y superestructura ocasionada, básicamente, por un mayor desarrollo relativo de esta última respecto de la estructura. En segundo lugar, la presenta como una disgregación del bloque ideológico, el cual pierde unidad y coherencia. En tercer lugar, como una crisis que afecta esencialmente a la sociedad civil, por lo que la clase dirigente deviene dominante, aferrándose más firmemente al control del aparto de Estado e incrementando el uso de la fuerza y la coerción. En cuarto lugar, recoge las dos causas de crisis orgánica citadas por Gramsci en los Cuadernos: el "fracaso" de la clase dirigente en alguna causa política de envergadura, para la cual demandó el apoyo y obtuvo el consenso de las grandes masas; y la acción consciente de éstas en torno a reivindicaciones que constituyen una revolución[4]. Pero como se deduce de lo anterior, las causas de la crisis orgánica pueden ser variadas y depender, como trataremos de demostrar en el próximo capítulo, de circunstancias regidas por el azar.

 

3.     Heterogeneidad y desequilibrio de los sistemas culturales

 

Pero la complejidad de los sistemas culturales no se agota con lo dicho hasta ahora. La relación dominación - subordinación sirve sólo como planteamiento básico para describir el principio sobre el cual se levantan los sistemas. En la realidad, la relación de dominación y subordinación se transforma en una relación hegemónica mucho más compleja pero también mucho más interesante por las posibilidades heurísticas que presenta. Desde la perspectiva de la hegemonía, las fronteras entre lo dominante y lo subordinado se vuelven difusas y opacas. Bases sociales, condiciones materiales de existencia, intereses y necesidades históricos, concepciones del mundo, ideologías, cultura de élite, cultura oficial y cultura popular se mezclan y se separan en un movimiento dinámico que, en últimas, se rige por las lógicas del indeterminismo, dentro de las cuales actúan, con fuerza reguladora, el caos y el azar.

 

Los diagramas mostrados hasta el momento, como se dijo más arriba, reproducen una estructura fractal[5], según la cual la lógica de regulación de todo el modelo, que sintetiza las contradicciones en la filosofía y en la cultura oficial, correspondientes a las capas medias, se reproduce tanto en el segmento dominante como en el subordinado, al interior de los cuales, las diferencias entre los extremos se equilibran en las líneas medias de correlación de fuerzas. Esto significa que las fluctuaciones que alteran o pueden alterar el equilibrio son absorbidas por el sistema para mantenerlas dentro de límites razonables (lógica de operación del transformismo).

 

En los tres casos contemplados hasta el momento, a saber: regulación de fluctuaciones al interior de las bases sociales dominantes, al interior de las bases sociales subordinadas, y en el conjunto del sistema, el movimiento que mantiene los sistemas en equilibrio se puede resumir como se muestra en el Diagrama 14.

 

Esto quiere decir que todo el sistema tiende al equilibrio, garantizando la unidad homogénea del bloque social hegemónico con el conjunto de la


Diagrama 14: Regulación de fluctuaciones en la zona de equilibrio  


sociedad. Como se observa en el diagrama, se pueden presentar «picos», o fluctuaciones fuertes en los extremos, que terminan siendo absorbidas por el sistema.

 

Pero, en la realidad, las cosas ocurren de manera diferente. La correspondencia horizontal entre bases sociales, condiciones de existencia, intereses y necesidades, y concepciones del mundo es complementada con relaciones heterogéneas, en la medida en que una misma base social puede compartir sectores, o la totalidad de condiciones de existencia, intereses y necesidades y concepciones del mundo, correspondientes a otras bases sociales. Por ejemplo, una base social, o una parte importante de sus miembros, localizados en la misma zona geográfica, pueden compartir temporalmente las condiciones de vida de bases sociales localizadas en otras áreas geográficas o delimitaciones espaciales, pueden tener diferentes simpatías políticas y optar por proyectos históricos diferentes, compartir sectores de concepciones científicas, estéticas, éticas, etc., con otros bases sociales. En síntesis, formar parte de consensos y disensos diversos, a propósito de situaciones diversas.

 

La correlación de fuerzas no puede entenderse como una relación simple entre dos actores. Antes bien, se impone como una dinámica de procesos complejos que resultan de la interacción que ejercen múltiples actores inmersos en diferentes correlaciones de fuerza. Al pertenecer los sujetos históricos a distintas bases sociales, ubicadas en diferentes correlaciones de fuerza interdependientes entre sí, las bases sociales aparecen confusamente interrelacionadas. Esto hace que, en últimas, sea imposible establecer una correspondencia directa entre la base social y las concepciones de mundo. Las correlaciones de fuerza dependen, por tanto, de la manera aleatoria como se integren las bases sociales. La elaboración de un modelo que represente las distintas correlaciones resulta entonces sumamente complicado, pues su carácter complejo hace que permanentemente se transformen los conjuntos de bases sociales y concepciones del mundo.

 

El significado de este hecho estriba en que se rompe la relación horizontal que tipifica las ideologías con base en la eficacia practica individual, generándose «campos intermedios» de acción social, política y cultural, caracterizados por su alta inestabilidad y permanencia coyuntural, tal como se ilustra en el Diagrama 15.

  a.     Bases sociales y Bloques Sociales

Desde este punto de vista, las bases sociales pueden configurar diferentes bloques sociales, pudiéndose dar el caso de bases que participen


Diagrama 15: Relaciones heterogéneas entre los componentes del sistema


simultáneamente de diferentes «bloques». Un bloque social puede ser definido, entonces,  como un conjunto de bases sociales que comparten, de manera más o menos homogénea, condiciones materiales de existencia, intereses y necesidades históricos y concepciones del mundo, durante períodos de tiempo lo suficientemente largos como para configurar situaciones de relativa estabilidad, con capacidad de confrontación respecto de otros «bloques» con los cuales pugnan por la hegemonía.

 

En principio, de lo dicho hasta el momento, se pueden identificar, en el nivel más obvio y elemental, los siguientes bloques sociales: En un primer nivel, el de las bases sociales dominantes superiores, el de las bases sociales dominantes medias y el de las bases sociales dominantes inferiores o subordinadas.  En un segundo nivel, el de las bases sociales subordinadas superiores, el de las bases sociales subordinadas medias, y el de las bases sociales subordinadas inferiores. En un tercer nivel, el de las bases sociales medias, constituido por las bases sociales dominantes inferiores y las bases sociales subordinadas superiores. Sin embargo, estos «bloques» tienen, apenas, existencia teórica y sólo sirven como puntos de referencia para el análisis. El carácter complejo de las dinámicas de dominación y subordinación que se dan entre los bloques sociales, se evidencia al constatarse la inestabilidad de las bases que los constituyen.

 

De esta manera, la complejidad se explica por la forma «caprichosa» en que las distintas bases sociales se superponen para formar determinados bloques. Sus múltiples combinaciones se conjugan indistintamente en diferentes bloques, que asumen un carácter dominante o subordinado según la dimensión de lucha por la hegemonía en la que se inscriben. Así, se puede dar el caso de que un bloque imponga su ideología en un «sector» del sistema cultural y ejerza como bloque hegemónico, pero no pueda hacer lo mismo en otro «sector», en el cual se subordina.

 

En este escenario, en el que la fragmentación y la multidimensionalidad de la vida asociativa se hace evidente, la lucha por la hegemonía se da en la transición entre bases y bloques. Esta transición se presenta como un proceso de generalización de las visiones de mundo de las bases sociales dominantes al interior de los bloques sociales. La construcción de consensos hegemónicos resulta siendo el vehículo que permite la expresión de un bloque social como ente relativamente homogéneo. El cuadro se hace más complejo pero más real si consideramos que la «masa» de bases sociales cambia constantemente por adición y sustracción de bases sociales efectivas, y por la modificación de la naturaleza y las características de algunas de las ya existentes.

 

Un buen ejemplo lo proporcionan las bases sociales que soportan el surgimiento y el desarrollo de un fenómeno cultural tan complejo como el narcotráfico, cuyos antecedentes habría que buscarlos en las bases sociales que soportaron la economía del contrabando, las esmeraldas, el cultivo y el tráfico de marihuana, combinadas entre otras, con bases sociales constituidas por campesinos pobres en proceso de descomposición social, expropiados y desplazados de sus sitios de origen hacia las zonas de frontera agrícola. Es indudable que un fenómeno como éste ha tenido uno de los impactos culturales más fuertes que haya presenciado el país en su historia reciente, como que logró consolidar una ideología propia que modificó radicalmente los patrones éticos y morales, las prácticas políticas, económicas y comerciales y hasta la estética de sectores importantes de la población. Valga recordar que estas bases sociales reclutaron sus miembros en todas las clases y sectores sociales, constituyendo un buen ejemplo de cómo actúan los fenómenos policlasistas. El Diagrama 16 ilustra de manera aproximada la configuración de estos bloques sociales.

 

b.     Bloques Ideológicos

 

De acuerdo con el principio teórico que rige el modelo, la correspondencia entre las condiciones materiales de existencia, los intereses y necesidades históricos y las concepciones del mundo de las bases sociales que integran los bloques sociales, así sea compleja e inestable, da lugar a un segundo nivel de eficacia práctica, más aproximado a la red de transacciones interclases que opera en la realidad. Es a este nuevo nivel que llamamos bloque ideológico.

 

Como las bases sociales tienen necesidad de interactuar unas con otras en la praxis social, sus ideologías se entrecruzan y amalgaman, produciendo consensos y disensos de forma permanente, haciendo que las ideologías no se manifiesten «puras» sino en combinatorias dinámicas e inestables que hacen presencia en las instancias de articulación ideológica.

 

Resulta claro, pues, que la forma más expedita de manifestación de los bloques ideológicos, recaiga sobre dichas instancias, bajo la forma de filosofías dotadas de altos niveles de organización y sistematización, de sentidos comunes filosóficos, y de sentidos comunes. Estas instancias expresan los bloques ideológicos de primera generación. Los de segunda generación, están expresados en la filosofía popular y en la filosofía oficial. Pero existen todavía otros, que llamaremos de tercera generación, que resultan de las combinatorias entre los anteriores y que, a la manera de la «materia negra» del espacio, ocupan las zonas de transición de los sistemas culturales. Estos bloques ideológicos de tercera generación son los


Diagrama 16: Configuración de los Bloques Sociales


responsables de la dinámica del sistema, operan como correas de transmisión que hacen posible la estructuración y desestructuración de las correlaciones de fuerzas. Son bloques ideológicos de transición, temporales, coyunturales, inestables en grado extremo, hasta el punto de ser difícilmente observables y determinables, pero que pueden, bajo ciertas circunstancias, integrarse a los de primera o segunda generación modificándolos drásticamente. Véase el Diagrama 17.

 

Ejemplos típicos de ellos son: «la moda», que se objetiva en trajes y canciones de «éxito», la «opinión» expresada por los medios masivos de comunicación, la opinión política pre-electoral, los debates parlamentarios, para citar algunos casos.

 

Todos los bloques ideológicos presentan el factor común de estar soportados por bloques sociales definidos, que expresan intereses y necesidades determinados y concretos, en el marco general de las relaciones de dominación y subordinación propias del sistema. Por eso, se puede decir que habrá tantos bloques ideológicos como bloques sociales. Unos más estables y permanentes que otros, unos dominantes y otros subordinados, dependiendo de las fluctuaciones de la correlación de fuerzas. Digamos, para cerrar el punto, que las concepciones del mundo se expresan, en últimas, bajo la forma de bloques ideológicos, o sistemas complejos de organización de las ideologías, que pugnan por la hegemonía.

 

c.     Bloques hegemónicos

 

Como es apenas lógico, no todos los bloques ideológicos devienen bloques hegemónicos. Pero no hay bloque hegemónico que no sea bloque ideológico. En este punto nos apartamos del punto de vista expresado por Portelli, quien excluye a las clases subalternas del sistema hegemónico que caracteriza un bloque histórico[6].


Diagrama 17: Configuración de bloques Ideológicos


Para empezar, la hegemonía es una relación que involucra a todas las bases sociales del bloque social efectivo; es decir a la clase fundamental, a los grupos auxiliares y a las clases subalternas que «entran» en un tipo específico de relación hegemónica (Ver los Diagramas 18, 19 y 20). Entendemos por bloque social efectivo aquel que se constituye para propósitos hegemónicos específicos. Los diagramas ilustran tres casos integrados por bases sociales diferentes, con independencia de su pertenencia a los sectores dominantes o subordinados. Pero también puede darse el caso de una base social que pertenezca a los tres bloques.

 

Si la hegemonía se concibe como ejercicio de dirección cultural, o intelectual y moral, lo cual implica el consenso y la aceptación, que en la realidad no es más que el reconocimiento de intereses y necesidades de los grupos auxiliares y las clases subalternas por parte de la clase fundamental, entonces no es posible un bloque hegemónico que excluya grupos subalternos. Si lo hace, deja de ser hegemónico para convertirse en dominante, pues se pierde el vínculo consensual[7].

 

En segundo lugar, los sistemas hegemónicos no son homogéneos y monolíticos. Por el contrario, están constituidos por varios bloques hegemónicos que interactúan e intercambian fluctuaciones entre ellos y con los distintos componentes del sistema cultural. De allí que el concepto de «clase fundamental» sólo sea posible como una generalización que sirve para ilustrar la «resultante» de los permanentes ajustes que se dan en el sistema y le imprimen «el sello de clase». El bloque hegemónico «resultante», el que le imprime el «sello de clase» a todo el sistema es, en todo caso, el que proporciona los contenidos a la cultura oficial, la cual regula el sistema en su conjunto. Pero como se demostró más arriba, ésta no es más que una instancia de articulación en la que confluyen intereses y necesidades diversos, unificados por la ideología dominante dentro de un rango de variabilidad lo suficientemente amplio como para que, en determinadas coyunturas, las ideologías de los grupos subalternos tengan mayor capacidad de regulación. Esto es más claro si se piensa, como ya quedó dicho, que las mismas bases sociales que integran los estratos dominantes no son homogéneas y regulan su supremacía entre ellas con la misma regla de la correlación de fuerzas que regula al sistema en su conjunto. Esta circunstancia puede conducir a «equilibrios catastróficos» al interior de las bases sociales dominantes que permiten la irrupción de alternativas procedentes de las bases sociales medias o subordinadas,


Diagrama 18: Bloque social efectivo A


Diagrama 19: Bloque social efectivo B


Diagrama 20: bloque social efectivo C


debilitando la capacidad dirigente del bloque dominante y modificando el contenido del bloque hegemónico.

 

Presentado el asunto de otra manera, podemos decir que los sistemas culturales presentan diversos grados de «densidad» hegemónica. En unos lugares del sistema hay hegemonías más «densas» que en otros, en el sentido de que tienen mayor relevancia para el sistema en su conjunto; son «más decisivas», tienen mayor capacidad de regulación, involucran a un número mayor de bases sociales, o a bases sociales más determinantes que otras, dependiendo del tipo de relación hegemónica de que se trate. De este modo, una representación plástica de un sistema hegemónico presentaría «zonas opacas» y «zonas translúcidas», zonas donde las relaciones hegemónicas son más claras y visibles, y zonas más «turbias», donde «no se sabe muy bien qué pasa». Y esto incluye a las tres generaciones de bloques hegemónicos. El Diagrama 21 ilustra de manera aproximada la presencia de diferentes bloques al interior de un sistema hegemónico.

 

Un caso concreto es el de las negociaciones de paz con los grupos alzados en armas, en los cuales intervienen actores distintos, enfrentados por contradicciones irreconciliables de fondo, pero con acuerdos de superficie, propósitos a la vez comunes y enfrentados, visiones estratégicas compartidas a medias, condiciones locales disímiles, etc. Pero como éste, otros casos sirven para ilustrar esta complejidad. Entre los fenómenos culturales más convencionales, las dinámicas de desarrollo del teatro, las artes plásticas, la educación, la ciencia y la tecnología, presentan las mismas características: heterogeneidad de actores, de intereses, de condiciones materiales, de visiones estratégicas, de formas y capacidades organizativas, de desarrollos cualitativos, de niveles diferentes de correlación de fuerzas entre las bases sociales que los soportan, todo ello en un panorama de campos de fase que se superponen y afectan recíprocamente.

 

En tercer lugar, la duración de las hegemonías implica una «rotación» de las bases sociales en los bloques hegemónicos, los cuales se desplazan continuamente por todo el sistema buscando aquellos «lugares» en los cuales son más eficaces, a la manera del capital que circula por todo el sistema económico buscando los nichos de mayor rentabilidad. De allí, por ejemplo, el desplazamiento que se ha producido en los últimos años hacia los medios masivos de comunicación, aparatos de hegemonía con gran capacidad de intermediación ideológica, pero con eficacia relativa, circunscrita a determinados ámbitos y coyunturas. Un caso particular es el de la Iglesia católica, que ha logrado mantener su hegemonía acomodándose a las más diversas épocas y circunstancias, sufriendo «derrotas», como en el caso de la legalización del aborto y la adopción del matrimonio civil, pero


Diagrama 21: Bloques Hegemónicos en un Sistema Hegemónico


manteniendo su supremacía, en lo que al pensamiento religioso se refiere, dentro de las amplias masas. Los «desplazamientos» de las bases sociales católicas hacia iglesias y sectas de diversa índole, incluyendo formas complejas de sincretismo religioso, confirman lo dicho.

 

Otros casos pueden ser ilustrados con el «avance» de bases sociales relacionadas con la condición de género, el movimiento «gay», por ejemplo, que han logrado niveles de legitimación social, aceptación y reconocimiento, impensables en el pasado. La lucha que hoy se desarrolla contra la discriminación a los enfermos de SIDA, y por la asistencia a la muerte de enfermos terminales, muestra escenarios en pleno movimiento.

 

d.     Bloques culturales

 

Siguiendo la lógica del modelo, los bloques culturales son la síntesis de todo el sistema. A la manera de las «matrushkas» rusas, los bloques culturales implican la existencia de los bloques hegemónicos, ideológicos y sociales, compartiendo sus características de indeterminación, aleatoriedad, maleabilidad, flexibilidad, densidad, opacidad, etc.

 

En principio, el modelo define cuatro bloques culturales: el de la cultura de élite, el de la cultura popular, el de la cultura oficial y, el resultante o Cultura Global. Pero estos bloques también son nombres genéricos. Ninguno de ellos es homogéneo y monolítico. Todos están en proceso permanente de recomposición, de cambio. Todos se «desplazan» por los campos de fases de descripción de la cultura, articulando elementos de «aquí y de allá», intercambiando materia y energía, contenidos y sentidos, a la manera de plasmas que se mezclan, pero conservando elementos reguladores que los diferencian y caracterizan desde el punto de vista lógico.

 

Cada bloque cultural es una dimensión del conjunto de las relaciones sociales del sistema que «fractaliza», si se permite el término, la totalidad. Con esto queremos decir que  toda la «teoría de bloques» aplicada en el modelo es de carácter relacional. No es posible concebir la existencia de cada uno de los bloques sino en relación con los otros. Su estructura es sistémica. Entre ellos se da el fenómeno de la «memoria cuántica», según el cual todos tienen «memoria» de su pasado y retroalimentan constantemente sus procesos tanto internos como de conjunto. Los bloques culturales configuran una red de interconexiones mutuas, un universo, en el sentido cósmico del término, que se expande y se contrae, dentro del cual lo que ocurre en un extremo, al interior de un bloque, «se sabe» en el otro extremo, al interior de otro bloque, produciéndose la reacción correspondiente, tal como ocurre en los macroprocesos de difusión y masificación de la cultura, en el contexto de la globalización y la transnacionalización, pero como ocurre también en los microprocesos culturales, al interior de los sistemas y subsistemas que constituyen cada bloque. En esto consiste el carácter holístico y sistémico de la cultura.

 

El panorama cultural de una época está descrito, entonces, por el movimiento de los bloques culturales, tanto en sentido sincrónico como diacrónico. Pero, además, como la lógica de relaciones ilustrada en los diagramas implica la iteración y la retroalimentación, existen tantas posibilidades de «identificación» de bloques culturales como de interacciones entre las bases sociales. De este modo, es posible «observar» bloques culturales «juveniles», «deportivos», «científicos», «técnicos», «políticos», «éticos», etc. En el ámbito de la cultura, como en el de las partículas elementales, la observación crea el hecho. De este modo, es posible concebir «hechos» culturales que sólo existen mientras son observados pero que tienen efectos permanentes sobre todo el universo cultural.

 

Los bloques culturales son concurrentes, complementarios, subsidiarios y solidarios, al tiempo que opuestos y contradictorios. Sus relaciones mutuas hacen posible la coexistencia de prácticas culturales tan disímiles como la hechicería y el ocultismo con la actividad científica, o de estéticas elitistas con estéticas «kitch»  o «lobas», que manteniendo su singularidad también se cruzan y se complementan (el «rosado soacha» que se vuelve fucsia, o a la inversa). Un buen ejemplo de cómo opera esta teoría de los bloques culturales lo constituye el uso de la lengua. La «entrada» y «salida» de expresiones y modismos en el lenguaje corriente; su uso policlasista, la estandartización de términos; su «movilidad social», es decir, la manera como «pasan» de lo «popular» a lo «oficial» y a lo «culto», o a la inversa ("camello" por trabajo, "Chévere"  y "bacano" por agradable, bonito, sabroso, etc.; "ceba" por desagradable, "mamera" por aburrimiento).

 

Es en el terreno de los bloques culturales en donde las concepciones del mundo se objetivan y materializan, donde se hacen «acto histórico». El «bloque» opera como un «contenedor» dentro del cual cobra sentido la realidad. Por eso un mismo hecho puede tener sentidos diversos, dependiendo del «contenedor» en el que se ubique, desde el cual se vea o se construya.

 

A lo ya dicho*, sólo vamos a agregar que la composición del bloque cultural global estará informada por el peso específico de los bloques  hegemónicos y que éstos, a su vez, se expresarán con mayor o menor fuerza en el bloque de la cultura oficial, la cual «universaliza» las concepciones del mundo dominantes haciendo que todas las bases sociales las asuman como propias, así no expresen plenamente sus intereses y necesidades. De esta manera, la cultura oficial (CO) y la cultura global (C) se manifiestan, básicamente, bajo las tres modalidades ilustradas en el Diagrama 22:

 

A)    Corresponde al modelo típico transformista de subordinación bajo la hegemonía de las bases sociales dominantes y los contenidos culturales emanados de sus intereses y necesidades históricos. Las culturas populares hacen presencia en el bloque cultural pero no lo regulan.

 

B)    Corresponde al modelo hipotético de equilibrio general, en el  cual se articulan y neutralizan «por completo» los intereses y necesidades opuestos y contradictorios de las bases sociales dominantes y subordinadas. Representa el caso óptimo de «cultura de bases sociales medias», pero puede también representar el caso de "equilibrio catastrófico" como antesala de una crisis cultural de envergadura o de entrada a una solución transformista de tipo «bonapartista» o «cesarista» que, a su vez, puede ser progresiva o regresiva[8]. En la historia colombiana valdría la pena examinar los casos de La Regeneración, con Núñez a la cabeza, donde se dio el tránsito de importantes personalidades liberales al proyecto «regenerador», y el Frente Nacional, en el cual se podría explorar el carácter colectivo de la "gran personalidad histórica, heroica". Estos dos casos representan ejemplos de bloques culturales globales con importantes efectos en la historia subsiguiente del país.

 

C)    Representa el caso de avance de un bloque cultural expansivo, en el cual los intereses y necesidades de las grandes masas logran la hegemonía y se convierten en factor regulador del bloque cultural global. Los contenidos de las culturas populares se legitiman y afianzan socialmente, como ocurrió con los "valores democráticos de la ciudadanía" durante las revoluciones burguesas. En dimensiones culturales más "pequeñas", puntuales o delimitadas, este caso ilustra el "avance" de formas culturales


Diagrama 22: Formas de expresión de la Cultura Oficial y de la Cultura Global


de expresión de las bases sociales subalternas que acceden a la cultura oficial, como ocurre con ciertas expresiones artesanales, con músicas populares que se «elitizan» o «masifican», como ocurrió con el tango y con el rock, o como ocurre con el melodrama y la telenovela que «invaden» el gusto y las preferencias de las bases sociales «medias» y «altas».

 

Pero, claro está, la situación más corriente es la de una permanente fluctuación entre estos tres casos que puede presentar modalidades muy complejas de «hibridación»[9] entre las culturas de élite, las culturas populares  y la cultura oficial, como las que, a titulo de ejemplo, se ilustran en el Diagrama 23, en el cual los contenidos de la cultura oficial (CO) varían dependiendo de los cambios en la correlación de fuerzas.

 

e.     Bloque cultural y bloque histórico

 

Teniendo como base de este modelo la conceptualización gramsciana, resulta ineludible establecer la relación entre los bloques culturales y el bloque histórico, concepto tan importante como el de hegemonía.

 

Portelli llama la atención sobre el hecho de que unas breves y esquemáticas alusiones al tema repartidas en los "Cuadernos de la Cárcel", hayan generado entre los exegetas de Gramsci tanto interés y, al mismo tiempo hayan sido objeto de interpretaciones tan restringidas como la de reducirlo a la "afirmación sumaria de la unidad entre la estructura socio-económica y la superestructura política e ideológica", o la de concebirlo "simplemente como una alianza de clases".

 

Para superar estas limitaciones, propone considerar el bloque histórico bajo una triple perspectiva: En primer lugar, como el estudio del vínculo que realiza la unidad en las relaciones entre estructura y superestructura, es decir, el estudio de la función de los intelectuales. En segundo lugar, como "el punto de partida para el análisis de cómo un sistema de valores culturales (lo que Gramsci llama una ideología) penetra, se expande, socializa en integra en un sistema social"; es decir, cuando "se construye un sistema hegemónico bajo la dirección de una clase fundamental que confía su gestión a los intelectuales. En tercer lugar, en un sentido más ligado a la acción política, como caso para el estudio de "cómo se quiebra la hegemonía de la clase dirigente, se construye un nuevo sistema hegemónico y se crea un nuevo bloque histórico"[10].

Diagrama 23: Variación en los contenidos de la Cultura Oficial por cambios en la correlación de fuerzas sociales


Grisoni y Maggiori coinciden con Portelli en lo esencial. Definen el bloque histórico como el "complejo, determinado por una situación histórica dada, constituido por la unidad orgánica de la estructura y la superestructura... En la constitución de esta unidad, los intelectuales orgánicos de la clase progresiva deben atraer a los intelectuales tradicionales hasta la formación de un «bloque ideológico» que controlará la sociedad civil y, de este modo, obtendrá el consenso de las clases subalternas... Hay justamente bloque histórico cuando, por la hegemonía que ejerce, la clase dirigente consigue hacer pasar sus intereses por los intereses del conjunto del cuerpo social y su visión del mundo —que refleja, justifica y legitima su dominación— como visión universal."[11]

 

De acuerdo con lo anterior, la cuestión no presenta dificultad alguna. El vínculo «orgánico» que deber unir la estructura y la superestructura, para que exista bloque histórico, debe estar garantizado por la constitución de un bloque hegemónico con capacidad de articular al conjunto de la sociedad en torno a un proyecto histórico definido por los intereses y necesidades de las bases sociales que lo conforman. Este bloque hegemónico es, a su vez, responsable de establecer el vínculo entre la sociedad civil y la sociedad política, para que la función de dirección sea viable y se concrete el ejercicio de la hegemonía. Con esto, se configura el «bloque intelectual y moral» que  asegura el contacto entre los intelectuales y las «gentes sencillas» y hace políticamente posible el progreso intelectual de masa.

 

Así, el bloque histórico expresa no sólo un tipo particular de vínculo entre la estructura y la superestructura sino, además, entre la sociedad civil  y la sociedad política, un tipo particular de correlación de fuerzas sociales que le da coherencia a una situación histórica dada.

 

El bloque histórico contiene los diversos bloques ideológicos que pugnan por la hegemonía y los diversos bloques hegemónicos que se entrecruzan y yuxtaponen en un período dado. Sin embargo, su contenido principal está dado por el bloque hegemónico fundamental que regula todo el sistema y se expresa, material y objetivamente en el bloque de la cultura oficial. Para decirlo de otra manera, mientras el bloque histórico hace énfasis en la naturaleza de la hegemonía que unifica al bloque social fundamental con el conjunto de la sociedad, los bloques culturales se refieren a los modos específicos bajo los cuales se presenta dicho ejercicio hegemónico. Los bloques culturales manifiestan el sentido que el bloque hegemónico fundamental le confiere al bloque histórico. Aunque no resulte del todo válida

la afirmación, se puede decir que el bloque histórico describe la "articulación interna de una situación histórica dada" desde el punto de vista político, mientras los bloques culturales lo hacen desde la perspectiva de las manifestaciones prácticas de las concepciones del mundo que regulan dicha situación, en particular, desde la perspectiva del bloque cultural fundamental correspondiente al sistema hegemónico fundamental, dirigido por el bloque social fundamental.

 

De este modo, el concepto de bloque histórico permite hacer un «cierre operativo» en nuestro modelo de descripción del campo de fases de la cultura, y generar el mecanismo de retroalimentación que permite la iteración del proceso de relación entre las bases sociales y los hechos culturales, a través de la dinámica de los sistemas hegemónicos, tal como se ilustra en el Diagrama 24. Este  diagrama muestra como el sistema de producción de hegemonía constituye el mecanismo al interior del cual se «procesan» las contradicciones sociales y se regulan las relaciones sociales fundamentales, de tal manera que la cultura producida de modo constante por las bases sociales modifica permanentemente la naturaleza y constitución de estas últimas para, en un nuevo ciclo, modificar a su vez la «cultura», y así sucesivamente, en un proceso dinámico tal que fluctuaciones muy pequeñas, ocurridas al interior del sistema, o provenientes del entorno, pueden producir cambios sustanciales y hasta crisis orgánicas que transformen el conjunto del sistema, como veremos en el próximo numeral[12].


Diagrama 24: Bloque Histórico: Cierre operativo y retroalimentación

 


Unas palabras sobre los "Frentes Culturales"

 

Una sugestiva línea de trabajo para entrar en el análisis de los bloques culturales puede ser la propuesta del ya citado investigador mexicano Jorge González, con su noción de «frentes culturales», aplicada al estudio de barrios, santuarios, ferias y telenovelas, pero que, con toda responsabilidad, podría aplicarse al estudio de «cualquier cosa». Según él estos frentes dan cuenta de cuatro problemáticas básicas: la construcción de social del sentido; la construcción social de la hegemonía y del poder cultural; la lucha por la legitimidad cultural; y los elementos culturales transclasistas y de vida cotidiana, aspectos, todos, cubiertos por nuestro modelo a nivel macrocultural[13].

 

La propuesta de los frentes culturales presenta dos rasgos que la hacen interesante desde el punto de vista de los desarrollos metodológicos que requiere nuestra teoría de los bloques culturales, a saber: en primer lugar, plantea e intenta resolver el problema de la relación entre las categorías y la «escala» del análisis y, en segundo lugar, propone una visión para el análisis de las fronteras culturales.

En relación con el primer rasgo, la noción de frente cultural pretende «bajar» a la escala local, a los espacios cotidianos de condensación, para volverlos metodológicamente operables, las formas de "constitución de identidades y los modos de auto-represntación colectivas". Por eso, en la escala de los frentes, González maneja "indistintamente, los términos de grupos, clases y agentes sociales". El concepto de clase social, que opera bien en el análisis macro de los procesos de construcción de hegemonía en la sociedad, dice González, "no sólo resulta improductivo sino dañoso" en la escala local; "es absolutamente desproporcionado, costoso y, a fin de cuentas, inútil", porque equivale a "matar insectos con misiles". Respecto del segundo rasgo, González da a la noción de frente el sentido de "línea divisoria" o de "frontera cultural", en la cual "efectivamente se tocan, se juntan, se rozan y se interpenetran culturas de grupos y clases sumamente diferentes", a la manera como concebimos en nuestro modelo las zonas de fusión ilustradas en el Diagrama 23[14].

 

f.       Opinión pública, hegemonía y cultura

 

Como el concepto de bloque histórico, el de opinión publica también permite hacer un «cierre operativo» de nuestro modelo  y, a su vez, abrir una línea de indagación, derivada e independiente, que puede llevar a una digresión comunicológica y, eventualmente, a una teoría de la comunicación concurrente con nuestro planteamiento. Por ahora, nos vamos a limitar a examinar el nexo entre opinión pública, hegemonía y cultura, en el marco de las categorías utilizadas en el modelo.

 

Como  lo atestiguan diferentes autores, el concepto de opinión pública ha sido objeto de un exhaustivo análisis. Sin embargo, estableciendo las conexiones pertinentes con los aportes de otros autores, nos limitamos a las derivaciones que se pueden extraer de las breves anotaciones de Gramsci sobre el particular.[15]

Gramsci se limita a decir que: "La llamada «opinión pública» se relaciona íntimamente con la hegemonía política, es el punto de contacto entre la «sociedad civil» y la «sociedad política», entre el consentimiento y la fuerza. Cuando el Estado quiere iniciar una acción poco popular, empieza creando la opinión pública adecuada, es decir, organiza y centraliza determinados elementos de la sociedad civil... La opinión pública es el contenido político de la voluntad política pública que puede ser discordante; por eso existe la lucha por el monopolio de los órganos de la opinión pública: diarios, partidos, parlamento, de modo que una sola fuerza modele la opinión y, por tanto, la voluntad política nacional, convirtiendo a los disidentes en un polvillo individual e inorgánico —y agrega—: Entre los elementos que han perturbado recientemente el dominio normal de la opinión pública por parte de los partidos organizados y definidos en torno a un programa concreto, debemos situar en primer término la prensa sensacionalista y la radio. Ambos instrumentos dan la posibilidad de suscitar extemporáneamente sensaciones de pánico o de entusiasmo ficticio que permiten conseguir determinados objetivos, en las elecciones, por ejemplo"[16].

 

Veamos en detalle el primer aspecto: la opinión pública como «punto de contacto» entre la sociedad civil y la sociedad política. Si este vínculo lo examinamos a la luz de lo ya dicho sobre la hegemonía (Ver Diagrama 13), aparece claramente el sentido de la afirmación: la opinión pública está íntimamente relacionada con las funciones de dominación y dirección, con la fuerza y el consenso, con el ejercicio de la dirección política y de la dirección intelectual y moral. En otras palabras, la opinión pública es una forma de expresión de la hegemonía. En la medida en que ambas son «punto de contacto», forma de relación entre la sociedad política y la sociedad civil, los dos conceptos se refieren a un mismo orden de hechos: expresan contenidos de la relación de dominación y subordinación en que entran las bases sociales al interior de un bloque histórico dado. Por esta razón, dentro de su especificidad y necesaria determinación, la opinión pública  comparte las características esenciales de la hegemonía:

 

En primer término,  es otro nombre genérico. No existe una opinión pública sino varias opiniones públicas.  La opinión pública refleja la complejidad de las formas de expresión de las concepciones del mundo; es decir, refleja la composición de los bloques ideológicos, a los cuales sirve de vehículo de expresión. De este modo, se podría hablar de opiniones públicas  de primera, segunda y tercera generación.

 

Esto significa, en segundo lugar, que existen opiniones públicas diferentes, opuestas y contradictorias que, según el signo progresivo o regresivo que las marque, pueden ser transformistas o expansivas. En este rango se ubica la llamada «opinión pública discordante» de la que habla Gramsci, la cual no es otra cosa que una opinión publica contradictoria con los intereses y necesidades de los bloques hegemónicos o, lo que es lo mismo, una expresión de una crisis de hegemonía que puede ser orgánica o inorgánica. La emergencia de opiniones públicas «discordantes» es un fenómeno permanente puesto que ninguna hegemonía es absoluta. De una ideología, que se corresponde con específicos intereses y necesidades, puede derivarse una «opinión pública» que se corresponda con otros intereses y necesidades; y esto es lo que hace posible la estructuración de la opinión pública «alternativa» o «discordante».

 

En tercer lugar, estas opiniones públicas pueden ser agrupadas en bloques de opinión con muy altos niveles de diferenciación, dependiendo de los sectores sociales que se expresan en ellos o los contenidos a los cuales se refieren. En principio, se puede hablar del bloque de opinión pública fundamental (que, en realidad, puede estar constituido por varios bloques), y del bloque de opinión pública subordinada, también conformado por varios bloques, dependiendo de su mayor o menor capacidad de regulación sobre el conjunto de la opinión.

 

En cuarto lugar, estos bloques de opinión, configuran regiones de mayor o menos «densidad», dependiendo de su complejidad e incidencia reales y de su "permanencia" o duración.

 

En quinto lugar, la rotación de las bases sociales en los bloques hegemónicos produce modificaciones en la composición interna de la opinión pública y desplazamientos respecto de sus lugares y formas de expresión: dependiendo de las correlaciones de fuerzas, por ejemplo, pueden «ir» a los partidos  políticos, a los medios masivos de comunicación, al parlamento y demás instancias de representación, o a organizaciones privadas como los gremios económicos, los sindicatos, las ONG's, la Iglesia, la intelectualidad agrupada en las artes, en las ciencias o en las humanidades, etc.

 

De acuerdo con esto, en sexto lugar, se podrían caracterizar bloques de opinión de rasgos eminentemente económico-corporativos, de opinión pre-política, y de opinión política estrictamente hablando, en los mismos términos en que esta clasificación se usa para la hegemonía.

 

Un nuevo rasgo, el séptimo en esta cuenta, se deriva de la relación entre los bloques de opinión y los bloques culturales tal como fueron definidos en el apartado correspondiente. De esta manera, la puntual anotación de Gramsci respecto de la relación entre opinión pública - sociedad civil - sociedad política, nos permite hacer el tránsito de "la política" a "la cultura" y viceversa, para integrar el concepto al conjunto de categorías que integran el modelo. Por lo pronto, a partir de estas consideraciones, el Diagrama 13 también puede expresarse como se ve en el Diagrama 25.

 

Para demostrar que estas característica no corresponden sólo a una transposición mecánica de los atributos de la hegemonía hay que hacer referencia al denso estudio realizado por Habermas en el texto citado[17]. Habermas deriva su análisis de "la realidad constitucional de las democracias de masas constituidas por el Estado social", el cual "tiene que atender a la ficción institucionalizada de la opinión pública, sin poder, empero, identificar directamente a ésta en el comportamiento del público de ciudadanos con una magnitud real".

 

A partir de allí, considera dos caminos de definición de la opinión pública: el primero, propio de las concepciones liberales, intenta sustentar la existencia de una opinión pública construida por un público raciocinante y no meramente aclamativo. Citando a Hennis, dice: "Se comprende que sea mucho más difícil formar una opinión pública a partir del desierto de sentimientos, difusas opiniones y popularizados puntos de vista difundidos por los medios de comunicación de masas, que a partir de la polémica racional entre las grandes corrientes de opinión que pugnan entre sí en la sociedad civil. Porque hay que admitir que es más difícil que nunca el que una opinión pública consiga imponerse"[18]. Habermas anota que Hennis realiza esta constatación sólo para sustentar la necesidad de crear organizaciones especiales encargadas de procurar audiencia y obediencia, hace notar que la garantía de racionalidad se logra a costa de la accesibilidad universal.

 

El segundo camino, conduce a un concepto de opinión pública que se limita a criterios institucionales y prescinde de la racionalidad y la «representación». En este caso la opinión pública está mediada por instituciones como el Parlamento a través del cual llega al gobierno. En este caso entran los partidos políticos los cuales, en sus respectivos roles de gobierno y oposición, serían los sujetos políticamente activos. Se supone que "la


Diagrama 25: Opinión Pública: Contacto entre Sociedad Política y sociedad Civil


voluntad de los partidos coincide con la ciudadanía activa, de modo que el partido en cada caso mayoritario representa la opinión pública".

 

Estas consideraciones iniciales de Habermas refuerzan nuestro planteamiento puesto que los dos casos no son opuestos sino complementarios. La formación de la opinión pública puede ser considerada como uno de los «métodos» o formas que asume el proceso de crítica mediante el cual se da la sistematización y la organización de las concepciones del mundo. Desde este punto del vista, la crítica racional, la elaboración consciente de concepciones orgánicas y sistemáticas debe reflejarse en el «funcionamiento» de las instancias de articulación ideológica pues sin ellas no podrían dotarse de identidad los bloques sociales a los cuales expresa. Este momento forma parte de la configuración de los escenarios de lucha ideológica en los cuales, como dice Gramsci, los hombres toman conciencia de sus intereses y necesidades, y luchan. En otras palabras, sin este mecanismo de elaboración racional las concepciones del mundo no devendrían «acto histórico», no se convertirían en «norma de vida», en filosofía que se ha hecho sentido común. Claro está que esta forma de ver el problema trasciende la específica relación política entre los ciudadanos y el Estado  para hacerse extensiva a la totalidad del sistema cultural.

 

El segundo caso es literalmente planteado por Gramsci en la definición arriba citada cuando se refiere a la lucha por el monopolio de los órganos de la opinión pública como los diarios, el Parlamento y los partidos. Esta dimensión institucional de la opinión pública reviste un particular interés por el desplazamiento que se ha operado en el conjunto del bloque histórico de una opinión pública de carácter marcadamente político  a una de carácter más cultural, por así decir. Esta característica es claramente denotada por Gramsci cuando dice que "La prensa  es la parte más dinámica de la estructura ideológica pero no la única: forma parte de ella todo lo que influye o puede influir directa o indirectamente en la opinión pública: las bibliotecas, las escuelas, los círculos y clubs de diversa categoría, hasta la arquitectura, la disposición de las calles y los nombres de éstas"[19]

 

Más arriba constatamos el hecho del desplazamiento de las bases sociales por el conjunto del sistema cultural, en búsqueda de las esferas más eficaces de acción ideológica, y del «corrimiento» que en los últimos años se había efectuado hacia los medios masivos de comunicación. Este hecho es fácilmente demostrable en Colombia, donde los partidos políticos han visto gravemente afectada su condición de mediadores entre la sociedad política y la sociedad civil, y donde la institucionalidad estatal y parlamentaria han perdido legitimidad y credibilidad, pero conservan su eficacia política. El desplazamiento de importantes masas de capital por parte de los grupos económicos fundamentales hacia los medios masivos de comunicación: prensa, radio, televisión y hacia la industria de servicios de telecomunicación, muestra que las pugnas por la hegemonía se han venido trasladando cada vez más a la sociedad civil, y que las prácticas políticas tradicionales, reducidas a la lucha por el control del aparato estatal (control burocrático, gamonalismo, corrupción), sin haber dejado de ser funcionales a la lucha por el poder, han cedido terreno. En este aspecto, los medios masivos de comunicación, en particular la radio y la televisión; y la prensa, con pocas excepciones en el ámbito de los editoriales y del análisis, han tenido una incidencia decisiva en el debilitamiento de los procesos de configuración de una opinión pública  crítica y racional y en el favorecimiento de la "vaporosa inclinación sentimental" que hace que la opinión publica se mueva "como el resbaladizo cargamento de un barco balanceante"[20], sin identidad definida, superflua, dispersa, superficial, disgregada, tal como ocurre a las concepciones del mundo de los estratos subordinados "organizadas" en el sentido común, el sentido común de la filosofía, la filosofía popular, y la filosofía oficial.

 

Habermas hace notar este fenómeno cuando dice que en la teoría ilustrada por los dos caminos mencionados, "en la medida en que el público, como sujeto de la opinión pública, es substituido... por instancias sólo a través de las cuales es este público aún capaz de acción política, este concepto de opinión pública se hace neutral. No puede apreciarse ya en esta «opinión pública» si procede de la comunicación pública o de la mediatización"[21]. De allí ese carácter fantasmal que reviste a la opinión pública  y la hace parecida a las brujas: "nadie cree en ella pero todos la han visto", característica que, por lo demás, muchos le atribuyen a la ideología.

 

Pero, con relación a esta dimensión institucional-cultural de la opinión pública, Gramsci hace otra observación importante. Dice que hay una "parte no organizable de la opinión pública... tan grande que los booms y los trucos electorales  siempre son posibles cuando la prensa sensacionalista y la radio (en régimen de monopolio controlado por el gobierno) tienen gran difusión", y que "uno de los problemas de técnica política que se plantean actualmente, pero que las democracias no llegan a resolver es precisamente este: la creación de organismos intermedios entre las grandes masas profesionalmente inorganizables (o difícilmente organizables), los sindicatos profesionales, los partidos y las asambleas legislativas".[22]

 

Esta consideración muestra la correspondencia existente entre la configuración de la opinión pública y la de los bloques ideológicos  y hegemónicos hasta el punto de que los límites entre ellos son difusos cuando se los considera como procesos de realidad y no como categorías. Además, la característica de «inorganizabilidad» de amplios sectores de la opinión pública, o de dificultad para su organización, está indicando la dinámica compleja inherente a los procesos de construcción de hegemonía. Para retomar lo dicho más arriba, estos sectores inorganizables o difícilmente organizables corresponden a las bases sociales que se expresan en las instancias de articulación ideológica y en los bloques de opinión de «tercera generación», es decir, aquellos que constituyen la «materia negra» de la ideología, las zonas de transición, de flujo, las de mayor dinamismo al interior de los sistemas culturales.

 

El tránsito de la opinión pública de «lo político» a «lo cultural» —o la ampliación del concepto— también está documentado por Habermas. Según él, ya a mediados del siglo XIX la «opinión pública» era percibida por el liberalismo como "una magnitud de todo punto problemática". De «opinión pública», Schäffle la convierte en «informe reacción de masa» y pasa a convertirse en objeto de la investigación sociopsicológica. Tarde la analiza, por primera vez, como «opinión de masas» a comienzos de siglo para, de este modo, ser "arrancada del contexto funcional de las instituciones políticas y despojada de su carácter de «opinión pública»; pasa ahora por producto de un proceso de comunicación en el seno de las masas que no está vinculado a los principios de la discusión pública ni a la dominación política"[23]. A partir de ese momento, una década de investigación teórica, pero sobre todo empírica, en al marco del positivismo anglosajón, convirtió al público, sujeto de la opinión pública, en mass, y luego en group, "como sujeto sociopsicológico de un proceso de comunicación e interacción entre dos o más individuos. La noción de «grupo» se abstrae de todo presupuesto social e histórico, también de todo medio institucional y, a fortiori, del entramado de funciones sociales que en otra época fueron determinantes de la específica coincidencia de las personas privadas en un público políticamente racionante... Al final la opinión acaba por no necesitar siquiera la capacidad de verbalización; ella comprende no sólo cualesquiera hábitos o costumbres que se manifiestan en determinadas concepciones, es decir, aquel tipo de «opinión» maculado por prejuicios religiosos y derivados de usos y costumbres... sino también los modos de conducta sin más".[24]

 

Un momento siguiente en el desarrollo del concepto, liga la visión sociopsicológica de grupo  con el poder público, cuando Schmidtchen afirma que: "habría que calificar como opinión pública todos aquellos modos de conducta de grupos cualesquiera de la población que resultan apropiados para modificar o conservar las estructuras, las prácticas y los objetivos de la dominación".[25] La ampliación del concepto llega al máximo de cobertura cultural, aproximándose a la noción que proponemos para nuestro modelo, cuando la opinión pública "no está ya vinculada ni a reglas de discusión pública o a formas de verbalización, ni debe ocuparse de problemas políticos, ni menos aún dirigirse a instancias políticas. Su relación con la dominación, con el poder, aumenta, por así decirlo, a espaldas suyas: los deseos «privados» de automóviles y refrigeradores caen bajo la categoría de «opinión pública», exactamente igual que el resto de modos de conducta de grupos cualesquiera con tal que sean relevantes para el ejercicio de las funciones estatal-sociales de la dominación y la administración".[26]

 

Con esto, la opinión pública se convierte en una forma de manifestación de las concepciones del mundo, en una expresión cultural que materializa los contenidos de las relaciones sociales en contextos de dominación y subordinación mediados por el ejercicio de la hegemonía. En sentido estrictamente gramsciano, estos "deseos privados de automóviles y refrigeradores" son filosofía convertida en acto, son intereses y necesidades de clase hechos universales y aceptados como propios por los bloques sociales que integran el sistema hegemónico.

 

En este modelo, la «opinión pública» es considerada por Habermas como «una ficción», mientras las "opiniones no públicas actúan en —nutrido— plural". Estas «opiniones no públicas" constituyen un sistema de opiniones informales, personales, diferenciadas según su grado de obligatoriedad, que se contrapone al de las "opiniones formales, institucionalmente autorizadas". En nuestro modelo, las «opiniones no públicas» corresponderían a los bloques de opinión de tercera generación, al igual que "las opiniones surgidas en el ambiente de la cultura industrial" las cuales "se forman en un contexto de «intercambio de gustos e inclinaciones»" que se originan en "la familia, los grupos de amigos y compañeros de la misma generación, de conocidos de barrio o del trabajo". Lo mismo ocurre con la «opinión quasi pública» que se expresa mediante comunicados, notificaciones, declaraciones, discursos, etc., y con las «opiniones públicamente manifestadas» de tipo plebiscitario[27].

 

La pertinencia de este  tipo de opinión a las características de nuestro modelo puede verse en el hecho de que Habermas llama a la cultura que produce este tipo de opiniones «cultura de integración», expresión que describe adecuadamente el papel que cumplen las instancias de articulación ideológica en su carácter de aparatos de hegemonía: la hegemonía integra, no disgrega.

 

g.     Opinión pública y bloque histórico: hacia una teoría de la comunicación

 

En el mismo sentido en que el concepto de opinión pública corresponde al de hegemonía, en tanto «punto de contacto» entre la sociedad civil y la sociedad política, establece correspondencia con el de bloque histórico. Como en el caso anterior, en éste también sirve para «cerrar» el modelo y «abrir» el ciclo de realimentación. No cabe duda de que un bloque histórico encuentra su determinación en un bloque de opinión fundamental que le da coherencia a la situación histórica dada. De este modo, la opinión pública se convierte en un campo de investigación tan complejo como el del bloque histórico, o como el del análisis de las relaciones entre la sociedad civil y la sociedad política. Para ilustrar esta correspondencia véase el Diagrama 26.

 

Sin embargo, esta reflexión sería el punto de partida para la formulación de la disgresión comunicológica a la cual nos referimos más arriba, como base de una teoría de la comunicación, labor que se sale de los límites impuestos a este ensayo. Para indicar la dirección en que se desarrollaría esta línea de trabajo, baste mencionar que, desde el punto de vista de una teoría de la comunicación, la cultura sería entendida como un vasto complejo de sentido, integrado por sistemas de información y de significación que le dan coherencia al bloque histórico. Así, éste, definiría los límites de la cultura, los cuales serían límites de sentido, entendiendo por «sentido» el ámbito dentro del cual se despliegan los significados. Esto permitiría entender cómo, en el contexto de los hechos de «sentido», un mismo hecho cultural puede tener diferentes significados.

 


Diagrama 26: Opinión Pública: Cierre operativo y retroalimentación


Un buen ejemplo de lo que queremos decir con esto lo proporcionó Jones hace más de tres décadas, cuando interpretó las crisis de la cultura como crisis de sentido y comparó el desconcierto producido en su época por los descubrimientos de Galileo, que condujeron a abandonar la idea de que la tierra era el centro del universo y de que las estrellas estaban fijas en el firmamento, con una crisis equivalente a la que impulsa a las ratas de un célebre experimento a "saltar alto y hacia la derecha", cuando la situación que enfrentan ha dejado de tener sentido para ellas[28].

 

Esta teoría sería, por lo menos en un aspecto,  una teoría de la mediación. Desde otro punto de vista, sería una lectura de la cultura en clave comunicativa, una "teoría cultural de la opinión pública" o, más exactamente, una "teoría de las estructuras comunicativas disipativas"[29].

 

       



[1] El "tsunami" u "ola sísmica" es el "solitón acuático más violento del mundo". A su vez, el "solitón" es una ola solitaria que viaja a "velocidad constante sin cambiar de forma, sin desintegrarse en un estallido de espuma, sin dividirse en muchas ondas más pequeñas, sin perder la energía... Los tsunami se forman cuando una fuerte conmoción sísmica sacude el lecho oceánico. La ola, que tiene escasos centímetros o metros de altura, puede viajar intacta por el mar durante miles de kilómetros. A causa de su gran longitud de onda puede tardar una hora en pasar por un determinado lugar. Un buque que pasa a través de un tsunami sólo experimenta una ligera elevación durante varias decenas de minutos, y sólo los instrumentos más delicados pueden detectar la ola. El problema humano comienza cuando tsunami llega a la plataforma continental. En aguas menos profundas, los efectos no lineales del lecho oceánico actúan para acortar la longitud de onda e incrementar su altura. El resultado es pavoroso. El solitón de escasos centímetro o metros de altura se convierte en una montaña de 30 metros de agua que se estrella contra las costas y los puertos": Briggs, J. Y Peat, F.D., Espejo y Reflejo: Del Caos al Orden. Guía Ilustrada de la teoría del caos y la ciencia de la totalidad, Gedisa Editorial, Barcelona, 1994, páginas 119 y siguientes. Los autores se preguntan: "Si los solitones se producen en el agua, ¿por qué no en el aire?" Ya se han descubierto solitones atmosféricos, sólidos, biológicos, nerviosos-neuroanales, magnéticos, lumínicos, de modo que, parodiando la pregunta de los autores, ¿Por qué no culturales?

 

[2] "El aspecto de la crisis moderna lamentado como "oleada de materialismo" está relacionado con lo que suele llamarse "crisis de autoridad". Si la clase dominante ha perdido el consentimiento, o sea, ya no es "dirigente", sino sólo "dominante", detentadora de la mera fuerza coactiva, ello significa que las grandes masas se han desprendido de las ideologías tradicionales, no creen ya en aquello en lo cual creían antes, etc. La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo, y en este interregno ocurren los más diversos fenómenos morbosos": Gramsci, Antonio, Antología, Ed. Cit. p. 313.

 

[3] Gramsci, Antonio, Notas sobre Maquiavelo... Ed. Cit. páginas77 y 84.

 

[4]  Portelli, Op. Cit. páginas 121 y siguientes.

 

[5] Utilizamos el término fractal en el sentido atribuido por su inventor, Benoit Mandelbrot, de "autosimilitud" o repetición de detalles en escalas descendentes presentes en los sistemas complejos. Ver: Briggs Y Peat, Op. Cit. páginas 89 y siguientes. Para entrar en el detalle de la geometría fractal, ver: Mandelbrot, Benoît, Los Objetos Fractales: Forma, azar y dimensión, Tusquets Editores, Metatemas 13, tercera edición, Barcelona, junio de 1993.

[6] Dice Portelli: "El análisis gramsciano de la hegemonía lleva a distinguir tres tipos de grupos sociales en el interior del bloque histórico: por una parte, la clase fundamental que dirige el sistema hegemónico; por otra, los grupos auxiliares que sirven como base social de la hegemonía y de semillero para su personal; por último, excluidas del sistema hegemónico, las clases subalternas". Portelli, Hugues, Op. Cit., p. 89 (La cursiva es nuestra). Que la afirmación no es casual, sino  que obedece a una interpretación consciente del pensamiento gramsciano, lo demuestra el hecho de que más adelante reitera la afirmación en los siguientes términos: "El bloque histórico se constituye esencialmente alrededor del sistema hegemónico de la clase fundamental. Pero, por una parte, esta clase no es fundamental por tiempo indefinido y, por otra, este sistema hegemónico excluye a las clases subalternas, entre las cuales se encuentra la futura clase fundamental", p. 119. (La cursiva es nuestra).

 

[7] "No es posible construir hegemonía si no hay algo en común entre los bloques en presencia. Si toda la cultura fuera paradigmáticamente de clase, el único modo de relación posible vendría a ser la reducción coactiva. Pero la hegemonía tiene que ver más con la "seducción", que con la "reducción", aunque nunca descarta esta última": González, Jorge A., Op. Cit. p. 69.

* Véase más arriba: literal f. "La cultura como manifestación práctica de concepciones del mundo".

 

[8] Véase más arriba, página 95. Nota 119. Grisoni y Maggiori  presentan el "cesarismo" así: "Se puede decir que el cesarismo expresa una situación en la que las fuerzas en lucha -fuerzas regresivas y fuerzas progresivas- se equilibran de una manera catastrófica, es decir, que la continuación de la lucha no puede terminar sino por el exterminio recíproco" (Mach, 83, E.R.). "La cristalización agónica de esas dos fuerzas permite de este modo la aparición de una tercera fuerza arbitral, caracterizada por la presencia, a su cabeza, de "una gran personalidad histórica 'heroica', que controla los restos de las dos fuerzas considerablemente debilitadas por su lucha, y toma del poder": Grisoni y Maggiori, Leer a Gramsci, Op. Cit. p. 157.

 

[9] Véase más arriba, nota 87.

 

[10] Portelli, Huges, Gramsci y el Bloque Histórico, Siglo XXI Editores, novena edición, México, 1982, páginas 9 a 11.

 

[11] Grisoni y Maggiori, Op. Cit. p. 153

[12] En la historia reciente de Colombia se pueden distinguir claramente tres momentos diferentes de configuración del bloque histórico: el bloque histórico de "La Violencia", el bloque histórico del Frente Nacional, y el bloque histórico post-frentenacionalista, referidos a los modos de articulación de bloques sociales transformistas. Y estaría por realizarse la caracterización de los bloques culturales correspondientes. Uno de los modos posibles de abordaje del problema, sugerido ya por algunos analistas, lo ubica en la tensión generada por la coexistencia de contenidos modernos y postmodernos. Al respecto pueden consultarse los ensayos de autores colombianos contenidos en: Viviescas, Fernando y Girlado, Fabio (Compiladores) Colombia: El Despertar de la Modernidad, Foro Nacional por Colombia, Bogotá, 1991. También, López de la Roche, Fabio (Compilador) Ensayos Sobre Cultura Política Colombiana, Controversia Nos. 162-163, Cinep, Centro de Investigación y Educación Popular, Bogotá, Diciembre de 1990. Dentro de la producción reciente que aporta valiosos elementos para esta caracterización están los tomos que contienen los informes de la Misión de Ciencia y Tecnología y la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, presidencia de la República, Consejería para la Modernización del Estado, Colciencias, 1993. Para los mismos efectos, sería útil la realización de estudios monográficos sobre el papel desempeñado por intelectuales como José María Vargas Vila, Baldomero Sanín Cano, Germán Arciniegas, Estanislao Zuleta, Gerardo Molina, para citar sólo unos pocos. Otros frentes de trabajo, orientados al mismo propósito, deben incluir estudios monográficos sobre guionistas de televisión tipo Bernardo Romero Pereiro y... Bossio ; programas de televisión como "Yo y Tu", "El Chinche"; cómicos como "Montecristo", "Los Chaparrines", etc. Sin cuya caracterización quedaría incompleto el cuadro de los bloques culturales  correspondientes a estas modalidades de bloque histórico.

 

[13] González, Jorge A. Más (+) Cultura (s), Ed. Cit. , p.54. (Cursivas en el original). En relación con el primero y el cuarto aspectos, González propone "la categoría de los frentes culturales para entender los distintos choques y enfrentamientos (no necesariamente violentos ni en posición inmediata de exterioridad) en los que diferentes grupos y clases sociales -que son portadores de desiguales y desnivelados volúmenes de capital cultural- se "encuentran" bajo la cobertura de complejos significantes iguales, comunes, transclasistas". En relación con la construcción social de hegemonía, dice: "Realizar la labor cuasi-arqueológica de reconstruir el surgimiento y conformación de distintos frentes culturales, o de las formas de construcción cotidiana de legitimidad -mediante un adecuado trabajo metodológico- abre la vía para captar la forma en que la hegemonía de un bloque de clases se enraiza en la misma cotidianidad, en la misma propiedad de las condiciones de vida elemental de los hombres", Loc. Cit. 82,83.

 

En realidad, la noción de los «frentes culturales» es presentada por Gramsci, aunque en un sentido diferente, en un pasaje referido a  "La filosofía de la práctica y la cultura moderna". Hablando de las tareas que debían ser acometidas por la filosofía de la práctica en su proceso de maduración, a saber: "combatir las ideologías modernas en su forma más refinada, para poder constituir su propio grupo de intelectuales independientes, y educar a las masas populares, cuya cultura era medieval" —dice Gramsci que—: "Hay que estudiar si estos «frentes» culturales no son una necesidad histórica, y si no se encuentran en la historia pasada frentes análogos, tendiendo en cuenta las circunstancias de tiempo y de lugar": Antología, Ed. Cit., p. 461. Valga anotar que en la traducción de J. Solé-Tura : Introducción a la Filosofía de la Praxis,  Ed. Cit., la noción de «frentes» es sustituida por la de «disposiciones». Traduce Solé-Tura: "Debe examinarse si este modo de «disposición» cultural no es una necesidad histórica.." , p. 111.

 

[14] Ibid. páginas 83,85.

 

[15] Para un estudio más amplio de la historia y la naturaleza de la opinión pública recomendamos los textos de: Habermas, Jürgen, Historia y Crítica de la Opinión Pública: La Transformación de la Vida Pública, Editorial Gustavo Gili, S.A., Barcelona, 1981. Monzón Arribas, Cándido: Opinión Pública, Comunicación y Política: La Formación del Espacio Público, Editorial Tecnos, S.A. Madrid, 1996. Martín Serrano, Manuel: La Producción Social de la Comunicación, Alianza Editorial, 1986. Para Monzón, el aporte gramsciano no merece sino una pequeña mención dentro de los "tres enfoques principales que han estudiado el tema desde el pensamiento marxista: a) La teoría político-económica de los medios de comunicación; b) la teoría de la «hegemonía»; y c) la escuela de Frankfort" Op. Cit. p.234.

 

[16] Gramsci, Antonio, Cultura y Literatura, Ed. Cit., p. 339.

[17] Vamos a dejar de lado la exhaustiva arqueología del concepto realizada en el capítulo VII: "Publicidad Burguesa: Idea e Ideología", § 12.«Public opinion», «opinion publique», «öffetliche meinung», opinión pública: acerca de la prehistoria del tópico, para concentrarnos en el capítulo VII: Sobre el Concepto de opinión pública, § 24. "La opinión pública como ficción del estado de derecho y la disolución socio-psicoloógica del concepto". Habermas, Jürgen, Op. Cit. páginas124-136 y 261-274.

[18] W. Hennis, "Meinungsforschung un repräsentative Demokratie", en Recht und Staat, No. 200-201, Tubinga, 1957, páginas 56 y s. Citado por Habermas, Op. Cit., p, 263.

[19] Gramsci, Antonio, Cultura y Literatura, Ed. Cit., p341.

 

[20] Landshut, "Volkssouveranität und öffentliche Meinung", en Festschrift für Laun, Hamburgo, 1953, p. 583. Citado por Habermas, Op. Cit. p. 262.

 

[21] Ibid. p.264.

 

[22] Gramsci, Loc. Cit.

 

[23] Habermas cita los textos de A. Shäffle, Bau und Leben des sozialen Körpers,  Vol. V, Tubinga, 1896, p.191, y G. Tarde, L'Opinion et la Foule, París, 1901. Op. Cit. p. 265.

 

[24] Ibid. p. 266.

 

[25] Citado por Habermas, Ibid. p. 267.

 

[26] Ibid. p.268.

 

[27] Ibid. p.270, 271,272.

 

[28] Jones, W.T., Las Ciencias y las Humanidades: Conflicto y Reconciliación, Fondo de Cultura Económica, Breviarios No. 266. Primera edición en español. Madrid, 1976. Dice Jones: "En un bien conocido experimento de teoría del aprendizaje, se hace que unas ratas salten desde un pedestal hacia un par de tarjetas. Hay una tarjeta blanca que está fija: si las ratas saltan a ella, se caen al suelo. Pero si las ratas saltan a la otra tarjeta, que es negra, ésta cae, y las ratas pueden comer el alimento que el experimentador ha colocado detrás de la tarjeta. Las ratas aprenden a distinguir las tarjetas con facilidad. Si son intercambiadas, las ratas aprenden a saltar siempre hacia la tarjeta negra, dondequiera que se encuentre. Pero en la etapa siguiente del experimento las tarjetas, que son blanca y negra, sin lugar a dudas, son sustituidas por otras que se van acercando a un gris neutro. En cierto momento los grises son tan semejantes que las ratas no pueden distinguirlos: ya no pueden saber cuál es cuál. Es esta situación ambigua, se niegan a saltar. Si son despojadas de su pedestal... su comportamiento se vuelve rígido y estereotipado. Un patrón típico consiste entonces en saltar alto y hacia la derecha... muchos hombres, al encontrarse frente a un mundo fragmentado que ya ha dejado de tener sentido para ellos, tratan de retirarse de él; si no pueden hacerlo, sus respuestas se vuelven irracionales, estereotipadas, y esencialmente neuróticas. Hay, por desgracia, un equivalente humano del «saltar alto y hacia la derecha»". Y agrega: "Una de las funciones de la cultura es impedir que ocurran situaciones auténticamente no interpretables... Desgraciadamente, a pesar de todas las salvaguardias que la cultura lleva dentro, a veces si ocurren derrumbamientos serios. En esos casos no se trata sólo de encontrar cuál de muchas categorías posibles es la correcta, puesto que ninguno de los esquemas conceptuales disponibles sirve para interpretar la situación. En esos momentos ocurre en la vida del individuo o de la sociedad una crisis, comparable, a nivel humano, con la crisis de  las ratas en el pedestal": páginas 11,19 y 20.

 

[29] Jesús Martín -Barbero ya planteó y desarrolló el problema de la relación entre comunicación y cultura en términos de una teoría de la mediación. Haciendo referencia a José Joaquín Brunner, dice:  "la cultura, merced a la dinámica de la escolarización y a la de los medios masivos se ha colocado en el centro de la escena política y social. Se abre así el debate a un horizonte de problemas nuevo en el que lo redefinido es tanto el sentido de la cultura como el de la política, y en el que la problemática de la comunicación entra no solamente a título temático y cuantitativo... sino cualitativo: en la redefinición de la cultura es clave la comprensión de su naturaleza comunicativa. Esto es, su carácter de proceso productor de significaciones y no de mera circulación de informaciones y por tanto, en el que el receptor no es un mero decodificador de lo que en el mensaje puso el emisor, sino un producto también. Es en el cruce de esas dos líneas de renovación —la que viene de inscribir la cuestión cultural al interior de lo político y la comunicación en la cultura— donde aparece en todo su espeso el desafío que representa la industria cultural": Op. Cit., p. 228.