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LR/RL


José Manuel Pedrosa

Universidad de Alcalá

Esopo, Dante, Giotto, Camões,
Quevedo, Bocage, Pushkin... y Bajtin
(o la metamorfosis del autor en personaje)


En unos poco conocidos apuntes críticos acerca de Rabelais que no llegaron a ser integrados ni publicados en la edición denifitiva de la célebre obra magna La cultura popular en la Edad Media de Mijail Bajtin, el gran crítico literario ruso afirmaba que

en torno a cada gran escritor se crean leyendas populares carnavalescas que lo visten de bufón. Así, Pushkin en estas leyendas se convertía en el bufón cortesano Balákirev ["Hablador"]. Existe, incluso, un Dante carnavalesco. Una serie de anécdotas sobre él: cómo desordenó la herramienta de un herrero el cual había deformado sus versos, cómo llamó "elefante" a un admirador molesto. Una serie de anécdotas representa sus respuestas sarcásticas a Can Grande, respuestas que lo convierten en una especie de bufón al lado de un tirano. Muchas de las anécdotas sobre Dante están incluidas en las facecias de Poggio Bracciolini[1].

Este breve párrafo bajtiniano sintetiza un fenómeno que ha sido atestiguado en muy diversas tradiciones culturales, desde muy antiguo hasta hoy: el de la metamorfosis de determinados autores "reales", de gran prestigio literario y celebridad social, en personajes y protagonistas de chistes y de anécdotas cómicas y disparatadas muy vivas entre las clases populares y muy resistentes al paso de los siglos. Si Bajtin llamó la atención sobre dos de ellos, el ruso Pushkin (1799-1837) y el italiano Dante (1265-1321), son muchos más los que podrían añadirse a esta nómina.

Uno de los más célebres y obvios es, sin duda, el casi mítico Esopo, del que se supone que vivió entre los siglos VII y VI a.C., y sobre el que circularon multitud de anécdotas y chistes que llegaron a conformar una muy popular Vida de Esopo que habría sido una especie de ciclo cómico-cuentístico, sumamente dinámico y variable por su transmisión primordialmente oral y tradicional, del que hoy sólo conocemos algunas recensiones bizantinas muy tardías, pese a que sus anécdotas fueron [fin página 179] mencionadas o aludidas en los escritos de autores como Heródoto y Aristófanes. Se sabe que los lances chistosos atribuidos a Esopo fueron, por otro lado, tan del gusto de Sócrates, que éste se dedicó a versificarlas entre las paredes de su prisión días antes de su muerte, según relató Platón en Fedón 61B, 14: Pensé en los mitos que tenía a mano, y me sabía los de Esopo; de ésos hice poesía...[2]

Pero no sólo los chistes y las facecias reunidos en la Vida de Esopo o elípticamente aludidos en la obra de otros autores griegos atestiguan el ingenio y las astucias que en la antigüedad se atribuyeron al célebre narrador. Entre las fábulas que escribió, en el siglo I d. C., el latino Fedro, hay una que muestra a Esopo convertido en sabio adivino, un papel que llegó a hacerse típico en el género de las vidas chistosas que iremos conociendo. De esta fábula se conoce otra versión escrita por Plutarco y protagonizada por Tales en vez de por Esopo, lo que confirma su variable e inestable carácter tradicional:

A uno que tenía rebaños le nacieron de sus ovejas corderos con cabeza humana. Aterrado por el prodigio, corrió afligido a consultar a los adivinos. Uno de ellos le responde que tiene que ver con el peligro que corre la vida del amo y que hay que conjurar tal peligro con una víctima. Otro, por su parte, afirma que su mujer es una adúltera y que el prodigio significa que sus hijos son ilegítimos, pero que puede ser expiado con el sacrificio de un animal mayor. Para qué decir más? No se ponen de acuerdo en sus contradictorios oráculos y agravan la preocupación del hombre con otra mayor. Estando presente Esopo, anciano de agudo olfato a quien la Naturaleza nunca pudo engañar, dice: "Si quieres, granjero, conjurar este portento, da esposas a tus pastores"[3].

Como sobre la metamorfosis de Dante en protagonista de fábulas chistosas llamó ya la atención Mijail Bajtin y quedó, además, bien documentada en una obra tan conocida como las Facecias de Poggio Bracciolini, considero preferible que atendamos ahora a un personaje contemporáneo de Dante que no fue escritor, pero sí pintor, y cuya fama de hombre ingenioso — a la par, por supuesto, que de pintor excelso — sobrevivió a los siglos: se trata del gran Giotto di Bondone (1267-1337). En efecto, Giorgio Vasari, en Le vite dei piu eccellenti pittori, scultori, e architettori (1568) dedicó páginas y páginas a relatar anécdotas y facecias — tomadas indudablemente de la tradición oral — protagonizadas por el inmenso pintor, como muestra el siguiente párrafo: [fin página 180]

Volviendo a Nápoles, hizo Giotto en el Castello dell'Uovo muchas obras, y en particular la capilla, que mucho agradaron a aquel rey. Éste lo quería tanto que Giotto, cuando estaba trabajando, muchas veces era visitado por el soberano, quien se complacía en verlo pintar y en oír sus razonamientos. Y Giotto, que siempre tenía preparada alguna chanza o daba alguna respuesta aguda y espontánea, entretenía al rey con el movimiento de sus manos al pintar y con el buen humor de sus dichos placenteros. Así, un día, díjole el rey que quería hacer de él el primer hombre de Nápoles, y Giotto le contestó: "Por eso estoy alojado en la Puerta Real, para estar antes que nadie en Nápoles". Otra vez le dijo el soberano: "Giotto, si yo estuviera en tu lugar, ahora que hace tanto calor dejaría un poco de pintar". Y Giotto le repuso: "Por cierto que lo haría yo, si estuviera en vuestro lugar". Siéndole, pues, muy grato al rey, ejecutó en una sala — que el rey Alfonso destruyó para edificar el castillo —, y también en la Incoronata, buen número de pinturas. Y en dicha sala había, entre otras cosas, retratos de muchos hombres famosos, inclusive el del mismo Giotto, el cual, habiéndole pedido el soberano, por capricho, que le pintase su reino, le pintó un asno enalbardado a cuyos pies estaba una albarda nueva que el animal olfateaba, pareciendo apetecerla; y sobre una y otra albarda estaban la corona real y el cetro del poder. Preguntóle el rey a Giotto lo que significaba esa pintura, y contestó que así eran sus súbditos y así el reino, en que cada día se desea un nuevo amo[4].

Dos grandes escritores del Portugal renacentista y prerromántico — respectivamente — alcanzaron también fama póstuma no sólo de literatos excelsos, sino también de pícaros ocurrentes e ingeniosos: Luís Vaz de Camões (1524 o 1525-1580) y Manuel Maria Barbosa du Bocage (1765-1805). Los chistes y las anécdotas acerca de los dos han encontrado un soprendente y duradero arraigo no sólo en Portugal, sino también, e incluso más intensamente, en Brasil, donde siguen muy vivos en el depósito sorprendente de los pliegos de cordel que continúan difundiendo a los cuatro vientos la fama de sus habilidades ingeniosas y de sus pícaras travesuras. Idelette Muzart Fonseca dos Santos ha llamado la atención sobre varios pliegos de cordel protagonizados por Luís de Camões, al que el pueblo bajo portugués y brasileño ha seguido recordando, durante siglos, más como prototipo de trickster astuto e ingenioso que como autor de la monumental epopeya Os Lusíadas. En As Astúcias de Camões, un pliego de 31 páginas firmado por Arlindo Pinto de Souza, se convierte, como hacen tantos otros escritores [fin página 181] metamorfoseados en sabios ingeniosos — desde el mismo Esopo —, en infalible juez y adivinador. En O Casamento de Camões com a Filha do Rey, se dedican 67 estrofa (de las 72 que tiene el folleto) a la resolución de adivinanzas. También glosa las aventuras y travesuras de Camões el pliego Encontro de Camões com Canção de Fogo.

La misma autora ha puesto también de relieve la multisecular popularidad como personaje de chanzas y de chistes que ha tenido Bocage — a pesar de que la corta vida de este poeta fue todo menos dichosa y alegre —, y ha citado al respecto la Disputa de Bocage com um Padre, que muestra cómo un sacerdote le reprende por la agitada vida que lleva; las Anedotas e Proezas de Bocage, que describe las andanzas del pícaro por Brasil y Portugal, y que le muestra como habilidoso poeta (llega a ganar un concurso poético) y como un espíritu extraordinariamente ingenioso a la hora de responder a las preguntas del rey o a las adivinanzas que le proponen; también resulta notable el pliego As piadas de Bocage, en que el mismo personaje se muestra como parlanchín incansable y protagonista de diversos chistes[5].

En España, el escritor al que más chistes, chanzas y facecias se han atribuido es, sin duda, el gran Francisco de Quevedo, uno de los más grandes poetas y prosistas del Siglo de Oro. Su metamorfosis de escritor vivo y auténtico en personaje protagonista de chistes puede que resulte menos sorprendente si se tiene en cuenta que su obra literaria se caracteriza por su extraordinaria maestría en el manejo del humor, el recurso a la ironía y el uso inmisericorde de la sátira. A Quevedo — que, por cierto, fue autor de una obra que llevaba el nada inocente título de La visita de los chistes —, se le considera el más refinado maestro de la agudeza verbal en español, y sus propias carnes acusaron las penas de destierro, prisión y dolor que hubo de pagar por los efectos de sus sátiras y los excesos de su pluma[6].

A mediados del XVIII, tan sólo un siglo después de su muerte, la figura de Quevedo se había convertido en protagonista de chistes celebrados en todos los rincones de España. Lo prueba el erudito Fray Benito Jerónimo Feijoo, quien le dedicó estas interesantísimas páginas:

De don Francisco de Quevedo se cuenta generalmente el chiste de que estando enfermo, y habiendole ordenado el médico una purga, luego que ésta se trajo de la botica, la echó en el vaso que tenía debajo de la cama. Volvió el médico a tiempo que la purga, si se hubiese tomado, ya habría hecho su efecto, y reconociendo el vaso para examinar, según se practica, la calidad del humor purgado, luego que percibió el mal olor del licor que había en el vaso, exclamó (como para ponderar la utilidad de su receta): (Oh, [fin página 182] qué humor tan pestífero! )Qué había de hacer esto dentro de un cuerpo humano? A lo que Quevedo replicó: Y aun por ser él tal, no quise yo meterle en mi cuerpo.

Poggio Florentino, que murió más de cien años antes que Quevedo naciese, refiere, cuanto a la sustancia, el mismo chiste, colocado en la persona de Angelo, obispo de Arezzo. Despreciaba o aborrecía este prelado todas las drogas de botica. Sucedió que cayendo en una grave dolencia, los médicos llamados convinieron en que moría infaliblemente si no se dejaba socorrer de la farmacopea. Después de mucha resistencia se rindió, o simuló rendirse a sus exhortaciones. Recetáronle, pues, una purga. Traída de la botica, la echó en el vaso excretorio. Viniendo los médicos al día siguiente, le hallaron limpio de calentura, y no dudando que la mejoría se debía al uso del decretado fármaco, tomaron de aquí ocasión para insultar al enfermo, reprendiendo como totalmente irracional el desprecio que hacía de las drogas boticales.

Sí, por cierto — dijo el buen obispo —, señores doctores, vuesas mercedes tienen razón: ahora conozco cuán eficaz es su purga, pues habiéndola echado en ese vaso que está debajo de la cama, tal es su actividad, que desde allí me ha causado la mejoría: )cuánto mejor lo hiciera (ya se ve) si la hubiera metido en el estómago?

Del mismo Quevedo se cuenta que motejándosele en un corrillo el exorbitante tamaño del pie, dijo que otro había mayor que él en el corrillo. Mirándose los circunstantes los pies unos a otros, y viendo que todos eran menores que el de Quevedo, le dieron en rostro con la falsedad de lo que decía. Lo dicho, dicho — insistió él —; otro hay mayor en el corrillo. Instándole a que lo señalase, sacó el otro pie, que tenía retirado, y, en efecto, era mayor, y mostrándole: Vean vuesas mercedes — les dijo — si éste es mayor que el otro. El portugués Francisco Rodríguez Lopo, en su Corte en la aldea, diálogo II, atribuye este propio gracejo a un estudiante; y don Antonio de Solís en su romance: Hoy en un piélago entró, a una dama.

Chiste es también atribuido a Quevedo el que encontrándose en la calle con ciertas damiselas achuladas, y diciéndole éstas que embarazaba el paso con su nariz (suponiéndola muy grande), él, doblando con la mano la nariz a un lado, pasen, les dijo, ustedes, señoras. P. Cuspiniano hace autor de este gracejo al emperador Rodulfo. Encontróse con él un decidor de calle estrecha. Advirtiéndole los ministros que se apartase, él, motejando de muy grande la nariz del emperador, les replicó: )Por dónde he de pasar, si la nariz del emperador llena la calle? A lo que Rodulfo, doblando [fin página 183] la nariz, como acaba de referirse de Quevedo, le dijo con rara moderación y humanidad en tan soberano personaje: Pasa, hijo.

Antes de salir de Quevedo, noto que aquel excelente hipérbore suyo, pintando una nariz muy grande: Érase un hombre a una nariz pegado, se copia de original muy antiguo. Léntulo, marido de Julia, hija de Cicerón, era de muy corta estatura. Viendo en una ocasión su suegro que traía ceñida una espada grande, preguntó festivamente: Quis huic gladio generum meum alligavit? La materia es en parte diferente; la agudeza, la misma[7].

En el siglo XIX, la popularidad de Quevedo llegó a convertirle en protagonista no sólo de anécdotas chistosas, sino también de narraciones de tono disparatademente dramático, como sucedió con una que publicó el hoy muy ignorado escritor I. Lumbreras en el año 1846. He aquí su resumen:

Ejemplos de este tipo de personaje que engaña a las mujeres y no cumple su promesa los encontramos en cuentos como No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, donde un burlador de mujeres llamado Lope de Figueroa reniega de la promesa de matrimonio hecha a una joven. El padre intenta vengar la deshonra de su hija y muere a manos del burlador. Antes de morir, lo maldice y le da como plazo un año de vida. Al cumplirse la fecha, el burlador muere a manos de un hombre que resulta ser Quevedo[8].

Todavía en el siglo XX, los llamados chistes de Quevedo siguen constituyendo casi un subgénero dentro de la literatura cuentística española. Las siguientes inspiradas líneas las debemos a Julio Caro Baroja:

Quevedo es aún en tierra de Bujalance el prototipo del hombre chusco, desvergonzado, al que se atribuyen toda clase de anécdotas. Alguna de ellas oí al encargado de la hacienda la Concepción, que también contó un cuento burlesco de "serreños", "campiñeses". Lo que en Bujalance se atribuye a Quevedo en otras partes de España se da como dicho por algún otro personaje, frecuentemente un literato conocido de otra época. Por ejemplo, en La Rioja es el fabulista Samaniego el chusco por excelencia, y en Castaluña, "el rector de Vallfogona", que fue un poeta del siglo XVII. En tierras de más al S.W. de Andalucía otro famoso personaje burlesco es "Cañero el tartamudo", y dentro de la misma línea hay que poner a Fernando de Amézqueta en Guipúzcoa, en Huesca a los bufones locales "Pedro Saputo" de [fin página 184] Almudevar, "Puchamar" de Coane y "Mosén Fierro", cura de Puértolas (A. Larrea). Convendría estudiar los tópicos que corren en relación con estos personajes folklóricos[9].

Que los chistes de Quevedo siguen plenamente vivos en la tradición oral española lo prueba el siguiente texto, recogido por mí en el pueblo de Miajadas (Cáceres) en el año 1989:

El rey le expulsó de España a Quevedo, y le prohibió volver a pisar tierra española. Y se fue a Portugal. Y cargó un carro de tierra y se sentó encima de la tierra. Y al pasar por el palacio, se puso de pie en el carro. Y entonces el rey dice que cómo tenía valor de volver a España habiéndole prohibido que pisara tierra española. Dice:

— Perdone Su Majestad, pero yo vengo pisando tierra portuguesa[10].

Este cuento es una hermosa versión del tipo cuentístico que tiene el número 1590 en el gran catálogo de cuentos universales de Antti Aarne y Stith Thompson[11], y el número J1161.3 en el íncide de motivos cuentísticos de Thompson[12] y en el de motivos de la novella italiana medieval y renacentista de D.P. Rotunda[13]. De él recogió una notabilísima versión, grabada entre hispanohablantes isleños de la Louisiana, el profesor Samuel G. Armistead, quien, además de concordarlo con otras versiones hispanoamericanas, puso de relieve su parecido con una anécdota que el prosista arábigo-andaluz medieval Ibn Khaldun atribuyó a otro poeta, Ibn Bajjah. Según el relato de Ibn Khaldun, el señor de Zaragoza, Ibn Tifalwit quedó tan conmovido por algunas de las moaxajas de Ibn Bajjah, que juró que le haría volver a su casa caminando sobre oro. Desconfiado ante aquella promesa, y receloso de que si el noble era incapaz de cumplirla quizás intentaría matarle, el poeta metió oro dentro de sus zapatos y regresó caminando a casa sobre el metal[14].

El propio profesor Armistead llamó la atención sobre las analogías y las diferencias de los chistes de Quevedo recogidos por él mismo y sobre los que décadas antes que él había recogido Raymond R. MacCurdy[15]:

Como resultado de su trabajo de campo en St. Bernard Parish, MacCurdy pudo publicar doce cuentos folclóricos y seis anécdotas de Quevedo. Los textos de MacCurdy contrastan de forma bastante sorprendente con los nuestros. Sus cuentos son similares en extensión, detalle y complejidad a aquellos que pueden ser recogidos en cualquier otra rama de la tradición hispánica. En todas mis entrevista en la Isla y en otras comunidades [de isleños de la Louisiana], nunca pude encontrar [fin página 185] a nadie que pudiese contar historias de tal extensión y complejidad. Las anécdotas sobre Quevedo, por otro lado, continúan siendo conocidas y dichas, e incluso cuando alguien es incapaz de recordar alguna, la simple mención de Quevedo implica una reacción alegre. Estas historias, en las que el gran escritor español Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) se ha convertido en un personaje folclórico y en un héroe burlador, incorporan muchas veces motivos y tipos tradicionales, pero suelen participar más de la naturaleza de los chistes breves y de las anécdotas que de los auténticos cuentos tradicionales. En este caso, las versiones de MacCurdy y las nuestras no difieren esencialmente en estilo ni en extensión. En suma: la tradición del cuento folclórico, quizás más que la de cualquier otro género, parece haber declinado en St. Bernard[16].

Los chistes de Quevedo han alcanzado gran arraigo en diversas tradiciones folclóricas en lengua española. Un cuento protagonizado por él y que resulta extraordinariamente interesante fue recogido por Yolanda Salas de Lecuona de la tradición oral venezolana. El profesor José Fradejas Lebrero lo resumió de este modo:

Quevedo quiere conquistar a una príncipa mostrándose expertísimo cazador; pasa por delante de su casa a diario con una pieza (adquirida en el mercado). La príncipa lo adivina y un día compra todas las piezas; si Quevedo quiere una tendrá que entregar tres pelos del coxis, lo hace, y la príncipa le avergüenza. Pero Quevedo quiere vengarse y como protege a una viuda con un hijo mudo, cuando la príncipa manda llamar al mudo se presenta Quevedo, disfrazado de hijo de la viuda. La príncipa y sus criadas, Inés y Juana, lo marean, lo embroman, lo desnudan y le pasan un gato enfurecido por las espaldas que le rasga las carnes, sin pronunciar palabra. Convencidas las tres mujeres de que es mudo, la príncipa le arrastra a su alcoba y disfruta de él siete veces, regalándole además cien bolívares. Cuando al día siguiente la princesa se burla de Quevedo, éste descubre su secreto y no quiere repetir, porque "arruña muy duro su gato"[17].

El mismo profesor Fradejas ha llamado la atención la atención sobre el parecido asombroso entre este cuento y el viejo poema provenzal de Guilhem (o Guillermo), VII conde de Poitiers y IX de Aquitania (1071-1126), que comienza "Farai un vers, pos mi sonelh...". El poema trovadoresco estaba protagonizado por un hombre que se finje mudo y [fin página 186] que es repetidamente violado por dos mujeres que utilizan un gato enfurecido para dar satisfacción a sus fantasías sexuales. Según Fradejas, el cuento venezolano protagonizado por Quevedo

sin duda procede de la repetición de este poema culto, trasvasado y recreado entre el pueblo... Hay, pues, en el segundo motivo del cuento venezolano una simplificación de las dos mujeres (de En Gari y En Bernat) en la príncipa, aunque perdura un ligero recuerdo de Inés y Ermisenda en las criadas Inés y Juana; y una sustitución del protagonista Guillermo por Quevedo, los dos grandísimos poetas, uno del s. XI-XII (1071-1127), y otro, del XVII; la acomodación al personaje hispánico quizás surgiera en la mente del protonarrador cultísimo, que quiso nacionalizar y popularizar el cuento provenzal[18].

El personaje de Quevedo ha seguido, hasta hoy, corriendo de boca en boca y protagonizando cuentos, chistes y chascarrillos que han sido recogidos en tierras de España[19], de Hispanoamérica[20] y de Brasil[21]. Sus metamorfosis le han llevado a convertirse alguna vez incluso en personaje proverbial[22], o a someter su nombre a estrafalarias modificaciones y convertirlo en "Cañero el tartamudo", como apuntó Julio Caro Baroja[23] o en "Carreño", que a veces es calificado también de "tartamudo" en Andalucía[24]. Fue también Caro Baroja quien incluyó en el elenco de sus héroes hermanos al "Fernando de Amézqueta en Guipúzcoa"[25]. Y, en efecto, de este personaje del que se cree que fue también un chistoso poeta popular — un célebre bertsolari — de siglos pasados siguen corriendo multitud de anécdotas en todo el País Vasco y en Navarra. El siguiente cuento fue recogido por mí en Estella (Navarra) en 1995:

Fernando Amezquetarra era un casero que es un personaje popular, y que iba con el hijo a comer a casa del cura. Estaba él solamente invitado a comer en la casa. Y el hijo le dijo al padre:
― Padre, ¿y cómo vamos a hacer ahora? Si yo no estoy invitado a comer, ¿qué es lo que vamos a hacer?
Y dice:
― Tú no te preocupes, que yo me arreglaré para que tú también comas.
Entró a la casa del cura, se sentaron a la mesa, y el cura le dijo a Fernando Amezquetarra:
― ¡Bendice la misa!
Y bendijo la mesa. Y dijo:
― ¡En el nombre del Padre y del Espíritu Santo! [fin página 187]
Y le dijo el cura:
― ¿Y el Hijo ¿Dónde lo has dejao?
Y dice:
― Fuera lo tengo. ¡Ahora mismo viene a comer[26]!

Con el personaje de Quevedo he tenido yo muchos e inolvidables encuentros a lo largo de mis andanzas de investigación folclórica por el ancho mundo. Quien logró despertar mi curiosidad por el personaje fue el profesor Samuel G. Armistead — quien, como ya hemos visto, estudió magistralmente sus apariciones chistosas entre los isleños de la Louisiana —, con quien realicé una inolvidable encuesta, en el año 1991, entre inmigrantes andaluces — del pueblo granadino de Zagra — establecidos en Madrid. La encuesta arrojó como fruto una gran cantidad de chistes de Quevedo que provocaron el entusiasmo de mi maestro y el asombro de quien entonces era nada más que un jovencísimo estudiante. En otra ocasión, en el año 1999, hallándome yo en una remotísima e impresionante estancia en la que pastaban miles de cabezas de ganado vacuno en el interior de la provincia argentina de Salta, mi anfitrión, el octogenario don Martín Salazar, me preguntó con enorme curiosidad quién había sido aquel señor tan célebre que recibía el nombre de Quevedo, y sobre el que él tantas cosas había escuchado desde que era niño. Mi respuesta le dejó tan maravillado a él como a mí su pregunta.

Algún día publicaré todo el repertorio de chistes de Quevedo que he logrado reunir a lo largo de mi vida. Por el momento, lo más urgente era acotar de algún modo su tradición, fijar sus paralelos, conocer las reflexiones críticas que él y los otros héroes hermanados con él — Esopo, Dante, Giotto, Camões, Bocage, Pushkin — han provocado entre críticos literarios e historiadores de la cultura tan intuitivos e importantes como Fray Benito Jerónimo Feijoo, Mijail Bajtin, Julio Caro Baroja o Samuel G. Armistead. Y, sobre todo, reivindicar este tipo — a menudo ignorado y despreciado — de personajes carnavalescos, fronterizos entre los territorios de la realidad y la ficción, de la oralidad y la escritura, de nuestras tradiciones y de las de nuestros vecinos, como sujetos importantes de nuestro patrimonio cultural y de nuestro imaginario colectivo. [fin página 188]


Notes

[1]. M.M. Bajtin, "Adiciones y cambios a Rabelais", en S. Averintsev, V. Makhlin, M. Ryklin & T. Bubnova, eds., En torno a la cultura popular de la risa. Nuevos fragmentos de M. M. Bajtin ("Adiciones y cambios a Rabelais"). Barcelona: Anthropos, 2000: 199.

[2]. Platón, Diálogos: Fedón, Banquete. En C. García Gual, M. Martínez Hernández & E. Lledó Iñigo, eds., Fedro. Madrid: Gredos, reed. 2000: 61B, 14.

[3]. Fedro, Fábulas, en Fedro/Aviano, Fábulas. Ed. M. Mañas Núñez. Madrid: Akal, 1998: 197.

[4]. Giorgio Vasari, Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos. Ed. J.E. Payró. Barcelona: Éxito, reed. 1992: 15; véanse otras anécdotas y chistes atribuidos a Giotto en pp. 10-25.

[5]. Véase Idelette Muzart Fonseca dos Santos, "Pícaros e Malandros no Cordel: uma galeria de Tipos", Revista Internacional de Língua Portuguesa [Literatura popular / Literatura oral] 9 (1993): 121-136, 132-133. Sobre Bocage como personaje de chiste, véase además Manuel da Costa Fontes, "Fernando de Rojas, Cervantes, and two Portuguese Folk Tales". En E.M. Gerli & H.L. Sharrer, eds., Hispanic Medieval Studies in Honor of Samuel G. Armistead. Madison: Hispanic Seminar, 1992: 86.

[6]. Véase al respecto Maxime Chevalier, Quevedo y su tiempo: la agudeza verbal. Barcelona: Crítica, 1992.

[7]. Fray Benito Jerónimo Feijoo, "Chistes de N." En A. Millares Carlo, ed., Teatro crítico universal, 5. vols. Madrid: Espasa-Calpe, 1975: vol. III, 68-70.

[8]. Resumen editado en Montserrat Trancón Lagunas, "La mujer fantasma y otros personajes del Romanticismo". En J. Pont, ed., Brujas, demonios y fantasmas en la literatura fantástica hispánica. Lleida: Universidad, 1999: 151, del cuento de I. Lumbreras publicado en la Revista Literaria de El Español I:39 (febrero 1846): 9-12 y ss.

[9]. Julio Caro Baroja, Notas de viajes por Andalucía. En A. Carreira, ed., De etnología andaluza. Málaga: Diputación Provincial, 1993: 36.

[10]. El informante Antonio Rosa Cañamero, nacido en 1931, fue entrevistado por mí en Miajadas el 20 de agosto de 1989.

[11]. Véase Antti Aarne & Stith Thompson, The Types of the Folktale: A classification and bibliography [FF Communications 184]. 2 revisión. Helsinki: Suomalainen Tiedeakatemia-Academia Scientiarum Fennica, [fin página 189] 1981: núm. 1590: "The Trespasser's Defense. With earth from his own property in his shoes, the man swears, when he is on his neighbor's land, that he is on his own".

[12]. Véase Stith Thompson, Motif-Index of Folk Literature: A classification of narrative elements in folktales, ballads, myths, fables, mediaeval romances, exempla, fabliaux, jest-books and local legends. 6 vols. Bloomington & Indianapolis-Copenhague: Indiana University-Rosenkilde & Bagger, 1955-1958: núm. J1161.3: "Trespasser's defense: standing on his own land. Man has earth from his own land in his shoes".

[13]. Véase D.P. Rotunda, Motif-Index of the Italian Novella in Prose. Bloomington: Indiana University Publications, 1942: núm. J1161.3.

[14]. Véase el resumen del cuento árabe y otros datos sobre sus paralelos en Samuel G. Armistead, The Spanish Tradition in Louisiana Isleño Folkliterature. Newark: Juan de la Cuesta, 1992: 148-9. En su libro, el profesor Armistead editó otros tres cuentos y anécdotas protagonizados por Quevedo. Véase al respecto las pp. 142-7.

[15]. Los artículos de Raymond R. MacCurdy en que se editaban chistes de Quevedo eran: "Spanish Folklore from St. Bernard Parish, Louisiana", Southern Folklore Quarterly 13 (1949): 180-91; "Spanish Folklore from St. Bernard Parish, Louisiana: Part III, Folktales", Southern Folklore Quarterly 16 (1952): 227-50; y "Los isleños de la Louisiana: supervivencia de la lengua y folklore canarios", Anuario de Estudios Atlánticos 21 (1975): 471-591.

[16]. Traduzco de Armistead, The Spanish Tradition in Louisiana, 138-9.

[17]. El cuento fue publicado en Yolanda Salas de Lecuona, El cuento folklórico en Venezuela (Antología, clasificación y estudios). Caracas, 1985: 623-6. El artículo de José Fradejas Lebrero, con el título de "Poesía provenzal en Venezuela", fue publicado en la Revista de Literatura Medieval V (1993): 289-91.

[18]. Fradejas Lebrero, "Poesía provenzal en Venezuela", 290-1.

[19]. Véase Alfredo Asiáin Ansorena, Narraciones folklóricas navarras: recopilación, clasificación y análisis, tesis doctoral, 2 vols. Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1999: núm. 179; y Jesús Suárez López, con la colaboración de José Manuel Pedrosa, Folklore de Somiedo núm. 100, "El pastor de conejos".

[20]. Aparte de las fuentes y catálogos citados en el estudio de Armistead, véase Luis Arturo Domínguez, Documentos para el estudio del folklore literario de Venezuela. Caracas: Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1976: 93. [fin página 190]

[21]. Isabel Rodríguez García, "Folklore y literatura de cordel: personajes cómicos y cuentos tradicionales en pliegos sueltos brasileños", Revista de Dialectología y Tradiciones Populares XLVI (1991): 63-74, 92.

[22]. Véase Florentino Muñoz Herráiz, Olor y sabor a pueblo: Villar del Horno. Cuenca: [edición del autor], 1999: 181 y 197: "Como Quevedo: ni subir, ni bajar, ni estarse quieto y "¿Qué haces, Quevedo? Apuntando lo que me deben, y borrando lo que debo".

[23]. Baroja, Notas de viajes por Andalucía, 36.

[24]. Véase Emilio Pendás Trellés, "Cuentos populares recogidos en el penal del Puerto de Santa María" (1939). En Jesús Suárez López, ed., Cancionero y obra poética. Gijón: Ayuntamiento, 2000: 49-50, 52-3, 56-7, 60-1, 62-3, 73-4 y 84-5.

[25]. Caro Baroja, Notas de viajes por Andalucía, 36.

[26]. El informante Javier Roa, de 55 años, fue entrevistado por mí en Estella (Navarra) en agosto de 1995.